RUBÉN Y LAS MUJERES

Rubén Blades y su esposa Luba Mason


Por: Mariana Libertad Suárez y César Aponte Rivero

En 1982, Gabriel García Márquez se convertía en el cuarto latinoamericano en ganar un premio Nobel de literatura. A propósito de ello, se publicaron una serie de reflexiones en torno a esa nueva estética latinoamericana que proponía combinaciones, hasta entonces inéditas, de estructuras narrativas propias de la vanguardia inglesa y ciertos personajes inconcebibles en las letras europeas: la escritura de sagas, los juegos temporales, la inserción de lo real maravilloso americano y los intentos por escribir novelas universalizantes que arroparan las formas de vida latinoamericana en toda su complejidad fueron algunos de los rasgos característicos que, en las décadas de los sesenta, setenta y ochenta, mostró nuestra narrativa. Estas propuestas, además, estaban ancladas en personajes alegóricos que permitían ordenar las tipologías sociales resultantes del quiebre, el fracaso y la reinvención de la modernidad en la región.

A los autores agrupados en torno a esta estética se les conocería posteriormente como los representantes del boom de la literatura latinoamericana y, quizás porque se trataba de un colectivo conformado únicamente por hombres, en las novelas y cuentos elaborados por ellos, hubo una tendencia generalizada a construir personajes femeninos completamente planos, carentes de detalle y profundidad. Es difícil conseguir en estas obras personajes que vayan más allá de los arquetipos tradicionales: solo la madre, la santa y la prostituta funcionan como heroínas épicas o trágicas de los relatos de fundación continental escritos no solo por Gabriel García Márquez, sino también por otros autores como Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes o Juan Rulfo. Rubén Blades, quizás por ser también un autor que se encontraba fuera de su país natal y que podía evaluar, desde la distancia, el fracaso de un proyecto continental, comparte con esta generación de escritores sus temas, sus estrategias discursivas e incluso, algunos de sus recursos retóricos.

Adicionalmente, también se debe considerar que el tratamiento que recibe la mujer en la música del Caribe no difiere mucho de lo que vemos en los autores del Boom. Bailables o no, en las letras de la música caribeña abundan madres, santas y putas. Quizás por ello no sorprende, que al revisar la discografía de Rubén Blades, en muchas de sus letras, las identidades femeninas se encuentren reducidas a estos tres tipos sociales. Personajes como Juana Mayo, María Lionza o, incluso, la madre aludida en Cuentas del Alma son ejemplo de ello; no obstante, a la par de estas representaciones, Blades también construyó mujeres contradictorias, autónomas y humanizadas, personajes femeninos más complejos que las protagonistas de los textos canónicos de esos años y, al hacerlo, no solo renovó el discurso dominante en la salsa, sino también en la literatura continental.

Entre los casos más visibles se encuentra el de Ligia Elena, esa joven de clase alta que da nombre a una de las canciones de El Solar de los Aburridos y que, para el asombro de todos los que la conocían, se atrevió a rebelarse frente a los mandatos familiares, al racismo y al clasismo naturalizados en su entorno. Ella se enfrenta a todo lo que se esperaba de una niña de “buena familia” y, solo de esa forma, logra encontrar la felicidad. Se trata de una inversión paródica del cuento de la Cenicienta, porque la posibilidad que se le ofrece a la doncella de ser “feliz para siempre” pasa por irse a vivir con un negro que, además, es pobre.

Reescribir el final feliz de los cuentos de hadas es, sin duda, un recurso muy eficaz; sin embargo, no es el único que utiliza Blades en sus letras. Por ejemplo, en Decisiones habla de una adolescente quien, asustada por un posible embarazo no deseado, piensa en que cualquier acción que tome a esa edad será crucial para el resto de su vida; y en Desapariciones, construye a Altagracia y de Clara Quiñones, dos mujeres que fueron secuestradas por los cuerpos de seguridad del Estado, porque sus seres queridos asumieron posiciones políticas inadmisibles dentro de los regímenes totalitarios en los que les había tocado vivir. Finalmente, están Madame Kalalú o La China Medina, personajes con los que Rubén rompe el estereotipo de la bondad y la dulzura esencialmente femeninas, y recuerda que la astucia y la ambición no son exclusividad de los hombres.

Precisamente, como se trata de seres humanizados, es lógico que los perfiles femeninos construidos por Rubén hayan cambiado con el tiempo. Por ejemplo, en Tu mejor amiga -un tema del cantautor panameño Horacio Valdéz incluido en La rosa de los vientos– se habla sobre un hombre despechado que decide salir de fiesta: esa noche conoce y corteja a una chica de quien se enamora y que luego desaparece misteriosamente reiniciando el ciclo del despecho. Pareciera una historia más de desamor de las que se cuentan con frecuencia en la salsa, pero a diferencia de otras representaciones que hablan de mujeres sin voz ni opciones, subordinadas a los deseos masculinos, la letra de Tu mejor amiga reproduce un diálogo entre pares, que se refleja en un coro con una voz femenina y en la clara omisión de las expresiones típicas del amor romántico de los boleros y el son. En este tema, es un Rubén diferente el que canta, un Rubén del nuevo milenio con un entendimiento diferente sobre la equidad de género. El mismo que más recientemente, cuando ha cantado en vivo “Nació varón” (Maestra Vida) en vez de repetir aquel verso antiguo: “que no me salga marica y que no me salga ladrón”, ha decidió cambiarlo para no contribuir a la idea de que tener un hijo homosexual es un destino infeliz.

Un recorrido por la discografía de Rubén Blades, muestra personajes femeninos que viven vidas normales como cualquier mujer latinoamericana, sufren problemas cotidianos, se enfrentan, deciden, se caen, se levantan, son abusadas, o abusadoras, heroínas y villanas. Son mujeres de carne y hueso, con historias y nombres propios, como lo son los héroes masculinos de la literatura del boom. En las canciones de Rubén se muestra a las mujeres latinoamericanas como un colectivo heterogéneo, como un grupo de seres humanos que, si bien coexisten en tiempo y espacio, no tienen porqué compartir sus convicciones ideológicas, su ética ni su manera de amar.

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