Disco "Entre Colegas" |
Por: Hiram Guadalupe Pérez
Andrew “Andy” González Toyos, el fabuloso y talentoso bajista que desde la década de 1970 engalanó muchos álbumes salseros y de jazz latino falleció el pasado jueves, 9 de abril de 2020, en la ciudad de Nueva York. Tenía 69 años.
Hijo de emigrantes puertorriqueños, oriundos del pueblo Utuado, un municipio al interior de la isla, el músico conoció desde niño las maravillas del sonido antillano escuchando cantar a su padre, Gerardo González Torres, y atendiendo con esmero la musicalidad patente en los discos de su colección familiar, repleta de álbumes de Tito Puente, Frank “Machito” Grillo, Tito Rodríguez, Johnny Pacheco, Charlie Palmieri, Mon Rivera y Rafael Cortijo.
Nacido el 1 de enero de 1951, en el New York Hospital de Manhattan, el bajista creció en un proyecto residencial habilitado por familias trabajadoras y de bajos recursos en el barrio del Bronx.
Su padre, además de obrero, fue cantante de la agrupación de Claudio Ferrer y del grupo Oguie Meléndez y su Combo, un conjunto que destilaba un sonido muy similar al del Sexteto la Playa, aunque su desempeño se circunscribió a participaciones en varios programas de radio y en algunos clubes de la ciudad.
En cambio, esa experiencia fue marcando las inquietudes artísticas de Andy y su hermano mayor Jerry. Ambos, en su infancia, se convirtieron en fanáticos de la música y gozaban con asistir a los ensayos de su padre quedándose perplejos ante la forma en que los sonidos se fusionaban en un entrejuego polirrítmico.
Andy González comenzó sus estudios formales en la música en su escuela, a los cinco años. Para entonces era estudiante de violín y al poco tiempo de comenzar sus clases fue reclutado para formar parte de la orquesta sinfónica escolar, donde su hermano Jerry fungió de trompetista.
Habían transcurrido cinco años cuando uno de sus maestros le sugirió que, por ser de los alumnos más altos de la clase, cambiara de instrumento. El niño aceptó, abandonó el violín y desde entonces se convirtió en bajista.
En poco tiempo, Andy González, que para entonces tenía 10 años, se enamoró de las posibilidades rítmicas que podía explorar en el bajo. En cambio, en ese momento el pequeño y aficionado músico era un rebelde rockero, como el resto de sus compañeros de escuela, aunque su admiración por la rítmica del rock quedó atrás justo cuando comenzó a asistir a las fiestas de su vecindario y en las que el baile del mambo manifestaba su prominencia.
A partir de entonces, todos los fines de semana el pequeño Andrew cargaba con su bajo a su casa y allí, junto a su hermano, comenzó a indagar nuevos sonidos, en especial de la música latina y el jazz.
Corría el año 1963 y los hermanos Andy y Jerry González adquirieron su primera experiencia formal en la música en un grupo que interpretaba las melodías de Carl Tjader, denominado Latin Jazz Quintet y dirigido por el vibrafonista Andy Leinstein.
Los arreglos musicales de este quinteto fueron trabajados por el pianista Lue Mathews, considerado entonces como “El genio del Bronx” por su virtuosismo.
Fue una experiencia que expuso al joven Andy, de tan sólo 13 años, a interpretar música adelantada, con armonías y acordes que requerían de cierta madurez para su ejecución.
De esa manera, su arte fue avanzando, al punto de llegar a presentarse junto al Latin Jazz Quintet en dos ocasiones en “La feria mundial”, además de comenzar a realizar espectáculos en bodas y bailes.
Al cabo de un par de años el quinteto se desintegró y Andy González permaneció tocando con varios grupos de poca relevancia. Poco después fue reclutado por Monguito Santamaría junto a quien su nombre comenzó a dar de qué hablar en los escenarios musicales de Nueva York.
Era el año 1967 y el joven bajista se destacaba por sus destrezas musicales y por la magia que destilaban sus ejecuciones y la fuerza de sus movimientos armónicos, como se consignó en su primera grabación junto a Monguito Santamaría en 1967, “On Top”, justo en los tiempos en que el boogaloo imponía su reinado.
Una de las presentaciones más recordadas del bajista para esa época fue la realizada en 1968, en la tarima del salón Red Garter, la misma noche que se presentó en escena Las Estrellas de Fania.
En aquella ocasión, el grupo de Monguito Santamaría abrió el espectáculo y aunque hubo la posibilidad de grabar esa presentación, los productores la ignoraron, desmereciendo el valor de aquel grupo de jóvenes músicos talentosos.
Empero, tan pronto el joven bajista comenzó a tener apariciones públicas, las miradas de los músicos más veteranos de la época comenzaron a fijarse en su talento, capacidad y creatividad.
El primero de estos fue el afamado percusionista boricua Ray Barretto, quien no escatimó en hacerle un ofrecimiento, a finales de 1968, para que ingresara a su agrupación.
En un principio, Andy González rechazó la invitación, pero seis meses más tarde se unió al denominado “Rey de las Manos Duras”, justo cuando este comenzaba a realizar su transición del boogaloo al emergente movimiento de la salsa.
Así, el novel bajista comenzó a adentrarse más en las maravillas de la música afroantillana gracias a la mediación de su amigo René López, el coleccionista de música cubana más grande que vivía en el Bronx y quien lo enamoró con la cadencia del trabajo musical de Arsenio Rodríguez.
Bajo la sombra de la orquesta de Barretto, Andy González piso los estudios de grabación y consignó su talento en el álbum “Together” (1968), seguido por la producción “Power” (1969) y “The Message” (1971).
En medio de su participación con la banda de Barretto, el bajista hizo un alto para aceptar una invitación del afamado jazzista Dizzy Gillepsie, con quien trabajó por una temporada de varios meses. En ese periodo grabó el disco “Portrait of Jennie” (1970).
De los mejores bajistas de su generación
Al arribo de la década de 1970, Andy González ya era considerado uno de los mejores bajistas de la salsa. Su arte interpretativo se matizaba por el sentido diverso y ecléctico con que transitaba en la música.
La mayor parte de sus ejecuciones eran resultado de su improvisación. Sus acompañamientos nunca mantuvieron un mismo patrón, por el contrario, eran guiados por su arte e inventiva, atributos que lo llevaron a recomponer constantemente todas sus melodías logrando un sonido único, en compases distintos que nunca se transcribieron en las partituras.
En 1971 el músico hizo su aparición en la agrupación del pianista puertorriqueño Eddie Palmieri, con quien había colaborado en la producción del disco “Superimposition”, en 1970.
Con Palmieri también grabó el álbum “Sing Sing” y “Sentido”, un disco en el que el bajista elevó su talento y distinción.
Sus ejecuciones fueron monumentales. En el tema “Adoración”, por ejemplo, se percibe al músico explorando en la interpretación de su bajo, tocándolo con el arco y haciendo unas armónicas pasmosas con acordes modernos y clásicos.
A partir de esa experiencia, el trabajo de Eddie Palmieri también comenzó a apreciarse con unas formas más libres, sondeando un mundo musical distinto.
Su jornada en la orquesta del nombrado “Rumbero del Piano” concluyó en 1974, cuando junto a un grupo de músicos –entre ellos Manny Oquendo, Chocolote Armenteros y su hermano Jerry– optó por abandonar la agrupación justo después de regresar de una breve estancia de presentaciones en Puerto Rico.
De ahí surgió Conjunto Libre, una agrupación que, sin abandonar el distintivo del sonido del trombón, se matizó de un acento agresivo y en la que todos los músicos hacían alardes de sus talentos al ejecutar en libertad sus descargas.
Esta nueva banda salsera quedó constituida por Manny Oquendo (timbales); Andy González (bajo y dirección musical); Oscar Hernández (piano); Jerry González (congas); y José Rodríguez, Papo Vázquez y Barry Rogers (trombones).
El primer cantante del grupo fue Carlos Santos, aunque sólo estuvo en una presentación. Luego, reclutaron a Tempo Alomar y este trajo consigo al veterano y excelso vocalista Pupy Torres.
La musicalidad del grupo también estuvo reforzada con Chocolote Armenteros, Milton Cardona, Nelson González, Dave Valentín y Ángel “Cachete” Maldonado.
Los primeros arreglos del grupo los trabajó Andy González, quien se encargó de toda la conducción del colectivo, además de ser uno de los arquitectos de su propuesta rítmica.
Su repertorio inicial se montó, fundamentalmente, sobre viejos temas cubanos que eran de la predilección de los instrumentistas, pero que ahora aparecían ataviados de un sonido refrescante con el que marcaban su huella de identidad sonora.
La primera presentación de Conjunto Libre fue el 24 de octubre de 1974. A poco andar, los integrantes del conjunto comenzaron a afinar su propuesta, destacando sus intervenciones por los contrapuntos, los solos y las descargas.
La visión musical del grupo se sostuvo desde el principio en la idea de que la música tiene un aire de libertad y que su interpretación no se alimentaba de patrones simétricos sino de la creación libre y espontánea.
De pronto, sus conceptos artísticos poco convencionales les imprimieron una imagen de “hombres rebeldes” que, en efecto, se patentizó en su manera contracorriente de manejar el negocio de la música al enfrentarse a las poderosas casas discográficas que mantenían hegemonía sobre la producción de salsa.
Mas el ímpetu y la energía que destilaba el trabajo artístico del colectivo les ganó el favor del público, que se dio cuenta de que ellos representaban una nueva fórmula musical, sobrada de talento y autenticidad.
En efecto, su trabajo se plasmó como uno de los ofrecimientos más nobles, exquisitos y armoniosos que experimentó la salsa a mediados de la década de 1970 y cuya calidad ha sido insuperable.
Su valía quedó consignada en producciones como “Con salsa… con ritmo” (1976), “Tiene calidad” (1978), “Los líderes de la salsa” (1978), “Increíble” (1981) y “Ritmo, sonido y estilo” (1983), que lograron éxitos como “No critiques”, “Qué humanidad”, “Por qué tú sufres”, “Suavecito”, “Goza la vida”, “Imágenes latinas” y “El chango de María” y “Vengo sabroso”, entre otros.
Una trayectoria salsera suprema
Nadie duda que la carrera musical de Andy González fue suprema. Fueron cinco décadas de intensa labor creativa, en las que realizó grandes aportaciones al desarrollo de la salsa siendo uno de los instrumentistas más versados de las principales agrupaciones del género.
Cada paso en su trayectoria marcó un estadio de progreso diferente, sellado por el ingenio que depositó en sus movimientos musicales, cada vez que ejecutaba el tumbao’ de su bajo alimentando el ritmo de la melodía con una cadencia singular.
Además de los éxitos logrados junto a las orquestas de Monguito Santamaría, Ray Barretto, Eddie Palmieri y Conjunto Libre, su arte tiñó el trabajo de figuras importantes como Rafael Cortijo (“Champions”); Tito Rodríguez (“Algo nuevo”); Ismael Rivera (“Feliz Navidad”); Héctor Lavoe y Willie Colón (“Asalto navideño. Vol. 2”); y Johnny Pacheco y Justo Betancourt (“Los dinámicos”), entre otros artistas como Ismael Miranda, Ismael Quintana, Santitos Colón, Dizzy Gillepsie, Carlos “Patato” Valdés, Hilton Ruiz y Giovanni Hidalgo.
A la vez, una de sus grandes aportaciones al ritmo antillano quedó inscrita en su participación en el proyecto del Grupo Folklórico y Experimental Nuevayorquino, originado por su hermano Jerry González, en 1975.
Esta fue una de las propuestas musicales más fascinantes originadas en la última parte del siglo pasado y que reunió a un grupo de artistas salseros con una genialidad impresionante. Su concepto fue la experimentación, tomando como punto de partida las señas del folclor caribeño, tal y como quedó expresado en sus únicas dos producciones: “Concepts in Unity” y “Lo dice todo”, dos clásicos de nuestra música afroantillana que sirven, a su vez, de documentos importantes para el estudio de nuestra progresión sonora.
Por los últimos años, Andy permaneció activó en la música. Antes del fallecimiento de su hermano Jerry, el 1 de octubre de 2018, solía acompañarlo en su grupo de jazz The Fort Apache Band, además de hacer presencia en los escenarios salseros de Nueva York junto a varias de las más prominentes orquestas.
Su arte nos deja un legado impresionante, una resonancia mágica patentizada en decenas de discos que muestran el ferviente espíritu musical de uno de los más grandes bajistas de la historia de la salsa.
*Parte de esta historia fue publicada hace varios años en el periódico Primera Hora de Puerto Rico como parte del suplemento “Historia de la Salsa”.
Andrew “Andy” González Toyos, el fabuloso y talentoso bajista que desde la década de 1970 engalanó muchos álbumes salseros y de jazz latino falleció el pasado jueves, 9 de abril de 2020, en la ciudad de Nueva York. Tenía 69 años.
Hijo de emigrantes puertorriqueños, oriundos del pueblo Utuado, un municipio al interior de la isla, el músico conoció desde niño las maravillas del sonido antillano escuchando cantar a su padre, Gerardo González Torres, y atendiendo con esmero la musicalidad patente en los discos de su colección familiar, repleta de álbumes de Tito Puente, Frank “Machito” Grillo, Tito Rodríguez, Johnny Pacheco, Charlie Palmieri, Mon Rivera y Rafael Cortijo.
Nacido el 1 de enero de 1951, en el New York Hospital de Manhattan, el bajista creció en un proyecto residencial habilitado por familias trabajadoras y de bajos recursos en el barrio del Bronx.
Su padre, además de obrero, fue cantante de la agrupación de Claudio Ferrer y del grupo Oguie Meléndez y su Combo, un conjunto que destilaba un sonido muy similar al del Sexteto la Playa, aunque su desempeño se circunscribió a participaciones en varios programas de radio y en algunos clubes de la ciudad.
En cambio, esa experiencia fue marcando las inquietudes artísticas de Andy y su hermano mayor Jerry. Ambos, en su infancia, se convirtieron en fanáticos de la música y gozaban con asistir a los ensayos de su padre quedándose perplejos ante la forma en que los sonidos se fusionaban en un entrejuego polirrítmico.
Andy González comenzó sus estudios formales en la música en su escuela, a los cinco años. Para entonces era estudiante de violín y al poco tiempo de comenzar sus clases fue reclutado para formar parte de la orquesta sinfónica escolar, donde su hermano Jerry fungió de trompetista.
Habían transcurrido cinco años cuando uno de sus maestros le sugirió que, por ser de los alumnos más altos de la clase, cambiara de instrumento. El niño aceptó, abandonó el violín y desde entonces se convirtió en bajista.
En poco tiempo, Andy González, que para entonces tenía 10 años, se enamoró de las posibilidades rítmicas que podía explorar en el bajo. En cambio, en ese momento el pequeño y aficionado músico era un rebelde rockero, como el resto de sus compañeros de escuela, aunque su admiración por la rítmica del rock quedó atrás justo cuando comenzó a asistir a las fiestas de su vecindario y en las que el baile del mambo manifestaba su prominencia.
A partir de entonces, todos los fines de semana el pequeño Andrew cargaba con su bajo a su casa y allí, junto a su hermano, comenzó a indagar nuevos sonidos, en especial de la música latina y el jazz.
Corría el año 1963 y los hermanos Andy y Jerry González adquirieron su primera experiencia formal en la música en un grupo que interpretaba las melodías de Carl Tjader, denominado Latin Jazz Quintet y dirigido por el vibrafonista Andy Leinstein.
Los arreglos musicales de este quinteto fueron trabajados por el pianista Lue Mathews, considerado entonces como “El genio del Bronx” por su virtuosismo.
Fue una experiencia que expuso al joven Andy, de tan sólo 13 años, a interpretar música adelantada, con armonías y acordes que requerían de cierta madurez para su ejecución.
De esa manera, su arte fue avanzando, al punto de llegar a presentarse junto al Latin Jazz Quintet en dos ocasiones en “La feria mundial”, además de comenzar a realizar espectáculos en bodas y bailes.
Al cabo de un par de años el quinteto se desintegró y Andy González permaneció tocando con varios grupos de poca relevancia. Poco después fue reclutado por Monguito Santamaría junto a quien su nombre comenzó a dar de qué hablar en los escenarios musicales de Nueva York.
Era el año 1967 y el joven bajista se destacaba por sus destrezas musicales y por la magia que destilaban sus ejecuciones y la fuerza de sus movimientos armónicos, como se consignó en su primera grabación junto a Monguito Santamaría en 1967, “On Top”, justo en los tiempos en que el boogaloo imponía su reinado.
Una de las presentaciones más recordadas del bajista para esa época fue la realizada en 1968, en la tarima del salón Red Garter, la misma noche que se presentó en escena Las Estrellas de Fania.
En aquella ocasión, el grupo de Monguito Santamaría abrió el espectáculo y aunque hubo la posibilidad de grabar esa presentación, los productores la ignoraron, desmereciendo el valor de aquel grupo de jóvenes músicos talentosos.
Empero, tan pronto el joven bajista comenzó a tener apariciones públicas, las miradas de los músicos más veteranos de la época comenzaron a fijarse en su talento, capacidad y creatividad.
El primero de estos fue el afamado percusionista boricua Ray Barretto, quien no escatimó en hacerle un ofrecimiento, a finales de 1968, para que ingresara a su agrupación.
En un principio, Andy González rechazó la invitación, pero seis meses más tarde se unió al denominado “Rey de las Manos Duras”, justo cuando este comenzaba a realizar su transición del boogaloo al emergente movimiento de la salsa.
Así, el novel bajista comenzó a adentrarse más en las maravillas de la música afroantillana gracias a la mediación de su amigo René López, el coleccionista de música cubana más grande que vivía en el Bronx y quien lo enamoró con la cadencia del trabajo musical de Arsenio Rodríguez.
Bajo la sombra de la orquesta de Barretto, Andy González piso los estudios de grabación y consignó su talento en el álbum “Together” (1968), seguido por la producción “Power” (1969) y “The Message” (1971).
En medio de su participación con la banda de Barretto, el bajista hizo un alto para aceptar una invitación del afamado jazzista Dizzy Gillepsie, con quien trabajó por una temporada de varios meses. En ese periodo grabó el disco “Portrait of Jennie” (1970).
De los mejores bajistas de su generación
Al arribo de la década de 1970, Andy González ya era considerado uno de los mejores bajistas de la salsa. Su arte interpretativo se matizaba por el sentido diverso y ecléctico con que transitaba en la música.
La mayor parte de sus ejecuciones eran resultado de su improvisación. Sus acompañamientos nunca mantuvieron un mismo patrón, por el contrario, eran guiados por su arte e inventiva, atributos que lo llevaron a recomponer constantemente todas sus melodías logrando un sonido único, en compases distintos que nunca se transcribieron en las partituras.
En 1971 el músico hizo su aparición en la agrupación del pianista puertorriqueño Eddie Palmieri, con quien había colaborado en la producción del disco “Superimposition”, en 1970.
Con Palmieri también grabó el álbum “Sing Sing” y “Sentido”, un disco en el que el bajista elevó su talento y distinción.
Sus ejecuciones fueron monumentales. En el tema “Adoración”, por ejemplo, se percibe al músico explorando en la interpretación de su bajo, tocándolo con el arco y haciendo unas armónicas pasmosas con acordes modernos y clásicos.
A partir de esa experiencia, el trabajo de Eddie Palmieri también comenzó a apreciarse con unas formas más libres, sondeando un mundo musical distinto.
Su jornada en la orquesta del nombrado “Rumbero del Piano” concluyó en 1974, cuando junto a un grupo de músicos –entre ellos Manny Oquendo, Chocolote Armenteros y su hermano Jerry– optó por abandonar la agrupación justo después de regresar de una breve estancia de presentaciones en Puerto Rico.
De ahí surgió Conjunto Libre, una agrupación que, sin abandonar el distintivo del sonido del trombón, se matizó de un acento agresivo y en la que todos los músicos hacían alardes de sus talentos al ejecutar en libertad sus descargas.
Esta nueva banda salsera quedó constituida por Manny Oquendo (timbales); Andy González (bajo y dirección musical); Oscar Hernández (piano); Jerry González (congas); y José Rodríguez, Papo Vázquez y Barry Rogers (trombones).
El primer cantante del grupo fue Carlos Santos, aunque sólo estuvo en una presentación. Luego, reclutaron a Tempo Alomar y este trajo consigo al veterano y excelso vocalista Pupy Torres.
La musicalidad del grupo también estuvo reforzada con Chocolote Armenteros, Milton Cardona, Nelson González, Dave Valentín y Ángel “Cachete” Maldonado.
Los primeros arreglos del grupo los trabajó Andy González, quien se encargó de toda la conducción del colectivo, además de ser uno de los arquitectos de su propuesta rítmica.
Su repertorio inicial se montó, fundamentalmente, sobre viejos temas cubanos que eran de la predilección de los instrumentistas, pero que ahora aparecían ataviados de un sonido refrescante con el que marcaban su huella de identidad sonora.
La primera presentación de Conjunto Libre fue el 24 de octubre de 1974. A poco andar, los integrantes del conjunto comenzaron a afinar su propuesta, destacando sus intervenciones por los contrapuntos, los solos y las descargas.
La visión musical del grupo se sostuvo desde el principio en la idea de que la música tiene un aire de libertad y que su interpretación no se alimentaba de patrones simétricos sino de la creación libre y espontánea.
De pronto, sus conceptos artísticos poco convencionales les imprimieron una imagen de “hombres rebeldes” que, en efecto, se patentizó en su manera contracorriente de manejar el negocio de la música al enfrentarse a las poderosas casas discográficas que mantenían hegemonía sobre la producción de salsa.
Mas el ímpetu y la energía que destilaba el trabajo artístico del colectivo les ganó el favor del público, que se dio cuenta de que ellos representaban una nueva fórmula musical, sobrada de talento y autenticidad.
En efecto, su trabajo se plasmó como uno de los ofrecimientos más nobles, exquisitos y armoniosos que experimentó la salsa a mediados de la década de 1970 y cuya calidad ha sido insuperable.
Su valía quedó consignada en producciones como “Con salsa… con ritmo” (1976), “Tiene calidad” (1978), “Los líderes de la salsa” (1978), “Increíble” (1981) y “Ritmo, sonido y estilo” (1983), que lograron éxitos como “No critiques”, “Qué humanidad”, “Por qué tú sufres”, “Suavecito”, “Goza la vida”, “Imágenes latinas” y “El chango de María” y “Vengo sabroso”, entre otros.
Una trayectoria salsera suprema
Nadie duda que la carrera musical de Andy González fue suprema. Fueron cinco décadas de intensa labor creativa, en las que realizó grandes aportaciones al desarrollo de la salsa siendo uno de los instrumentistas más versados de las principales agrupaciones del género.
Cada paso en su trayectoria marcó un estadio de progreso diferente, sellado por el ingenio que depositó en sus movimientos musicales, cada vez que ejecutaba el tumbao’ de su bajo alimentando el ritmo de la melodía con una cadencia singular.
Además de los éxitos logrados junto a las orquestas de Monguito Santamaría, Ray Barretto, Eddie Palmieri y Conjunto Libre, su arte tiñó el trabajo de figuras importantes como Rafael Cortijo (“Champions”); Tito Rodríguez (“Algo nuevo”); Ismael Rivera (“Feliz Navidad”); Héctor Lavoe y Willie Colón (“Asalto navideño. Vol. 2”); y Johnny Pacheco y Justo Betancourt (“Los dinámicos”), entre otros artistas como Ismael Miranda, Ismael Quintana, Santitos Colón, Dizzy Gillepsie, Carlos “Patato” Valdés, Hilton Ruiz y Giovanni Hidalgo.
A la vez, una de sus grandes aportaciones al ritmo antillano quedó inscrita en su participación en el proyecto del Grupo Folklórico y Experimental Nuevayorquino, originado por su hermano Jerry González, en 1975.
Esta fue una de las propuestas musicales más fascinantes originadas en la última parte del siglo pasado y que reunió a un grupo de artistas salseros con una genialidad impresionante. Su concepto fue la experimentación, tomando como punto de partida las señas del folclor caribeño, tal y como quedó expresado en sus únicas dos producciones: “Concepts in Unity” y “Lo dice todo”, dos clásicos de nuestra música afroantillana que sirven, a su vez, de documentos importantes para el estudio de nuestra progresión sonora.
Por los últimos años, Andy permaneció activó en la música. Antes del fallecimiento de su hermano Jerry, el 1 de octubre de 2018, solía acompañarlo en su grupo de jazz The Fort Apache Band, además de hacer presencia en los escenarios salseros de Nueva York junto a varias de las más prominentes orquestas.
Su arte nos deja un legado impresionante, una resonancia mágica patentizada en decenas de discos que muestran el ferviente espíritu musical de uno de los más grandes bajistas de la historia de la salsa.
*Parte de esta historia fue publicada hace varios años en el periódico Primera Hora de Puerto Rico como parte del suplemento “Historia de la Salsa”.
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