BREVE CRÓNICA DE UN PEREGRINAJE: ENTORNANDO LA TUMBA DE TITE CURET ALONSO





Por: Leonardo Serrano Pineda

Viajar por primera vez a Borinquen comportaba una animosa gratitud: aquella de quien mamó de su música mucho antes de saber, que lo que chupaba por los oídos, también se llamaba cultura. Esto se traduciría en pleitesía en un breve peregrinaje improvisado a la tumba del Patriarca más humilde del Caribe. 

A falta de plan, usamos una pista audiovisual: la ruta que seguía Rubén Blades, en el video de “La Perla” de Calle 13, para rendirle tributo. A la ocasión descubrimos que el cementerio donde yace don Tite Curet Alonso desde 2003, se llama Santa María Magdalena de Pazzis. Este fue el escenario donde asistentes, familiares y amigos, entre ellos Blades y Charlie Aponte, cantaron “No quiero pena, tampoco llanto, lo que quiero es bomba y plena pa’l campo santo”, tal como se observa en el documental “Sonó Sonó”. Pero la tumba de aquel sepelio ya no existe. En 2017 el Huracán María destruyó su lápida, al igual que varios de los programas “Tropicalísimo”, que se conservaban en los inundados archivos de la emisora Radio Universidad de Puerto Rico. 

Cuando comprobé este detalle era febrero, e ignoraba que una semana antes se habían cumplido 97 años del nacimiento del compositor que prefería presentarse como periodista. Ese tipo que se creía una persona normal, pero que era capaz de sudar versos como ron las cañas.

Tuvimos un periplo casi fallido. En el primer intento anduvimos desde las piñas coladas de un discreto bar de patio interno en el viejo San Juan, hasta la Calle Luna Calle Sol. La recorrí de punta a punta, imitando tímidamente esas apoteósicas inspiraciones que Héctor Lavoe ponía más alto que Roberto Clemente a sus pelotazos. Después de un par de aceras adoquinadas, subimos unas escalinatas junto una cantina esquinera, para toparnos directamente con el barrio de La Perla. 

Entrada al barrio La Perla

Desde ese punto hasta la hondonada en donde se halla el cementerio, tardamos diez minutos a paso de bolero. Descendimos por una rampa y atravesamos el túnel que camina Blades en el video, llegando a una reja que a esa hora estaba más encadenada que Babaíla. Asumiendo nuestro retraso, dimos media vuelta y emprendimos la retirada hacia Santurce, que es a donde todo ser humano con un poco de salsa en las venas, debería retirarse siempre. 

Vista del campo santo con el Castillo San Felipe del Morro de fondo

Hacia el frente, el Museo de Las Américas y detrás el Castillo San Felipe del Morro. En la esquina superior izquierda, una cometa como la que Frankie Ruíz volaba de niño


Dos días después regresamos al cementerio donde también reposan los restos de Daniel Santos y Rafael Hernández. Volvimos a atravesar el túnel y en la entrada coincidimos con un trabajador cuyas reacciones estaban sincronizadas al ritmo del corderito de su camiseta y quien nos guió sin el menor entusiasmo hacia el sepulcro, llevándonos por el sendero que conduce a la capilla.

 Camino hacia la tumba

Una bandera raída pero ondeante flotaba a media asta. Dos ramos de flores a los costados y al lado derecho una botella de ron. Quise imaginar que era agua bendita porque Curet Alonso era abstemio, pero cedí ante la sospecha del plante bonachón de un torpe entusiasta que pretendió honrar al autor, con lo que en realidad adoraba él. Preparaba un comentario irónico pero me detuve. Finalmente, el acto de dar sólo es valioso cuando se ofrece lo que de verdad amamos y no lo que nos sobra. Y de seguro ese era el caso, o quizás, así lo habría entendido don Tite. Total, él siempre estuvo con los pobres.

La tumba de Catalino “Tite” Curet Alonso. Febrero 2023.

La ofrenda de un presumible borracho anónimo a un antiguo conocido

Hechas las paces con el borracho imaginario, observé las piedras talladas y sus inscripciones. La cruz como el corderito, arropada en un damasco de notas musicales. Un libro encordado en un rosario con una palomita (“Cheo Feliciano presente”) en la página izquierda y un salmo a la derecha (¿Habrá fuego en el 23?). Si don Tite estuviera ahí de pie, tendría una vista excepcional del mar, que ese día tenía un azul más intenso que el cielo semi nublado. 

Salvo mi pareja, no había nadie alrededor. Recuerdo un tímido soliloquio donde me figuraba dándole las gracias como si fuéramos viejos conocidos y después del protocolo acartonado, le pedí el favor de darme claves para aprender el verdadero arte de narrar. Acto que sentí como un chantaje, porque bien visto, los muertos están en posición de indefensión. Impotentes, sometidos al abuso del perifoneo metafísico de fortuitos impertinentes que como yo, llegan cargados de lamentos y peticiones más repetitivas que mala publicidad en youtube. Poco me faltó para darme un trago con la ofrenda a pico de botella, cosa de quitarme ese amargor de la boca.

Repetí las gracias a manera de despedida y continué mi marcha. Bordeé la capilla y antes de irnos en medio de un viento refrescante, contemplamos con detenimiento a una iguana que nos miraba interrogativa. Su perfil de suegra me puso nervioso, como si leyera mis pensamientos; con esa altivez crítica de quien todo lo juzga, como diciendo “otro escritor buscando santo”. No daba la impresión de ser iguana de fiar: tenía cara de prestamista.

Perspectiva desde la parte trasera de la capilla 

Iguana en Santa María Magdalena de Pazzis 


El breve camino de regreso lo hicimos en silencio hasta que nos cruzamos con un vendedor ambulante que, aunque oriundo de República Dominicana, tenía un impresionante parecido con Maelo Rivera. No tenía agüita de coco, y tampoco se me ocurrió preguntarle si tendría agüita de ajonjolí. En todo caso, lo asocié al último símbolo viviente de nuestra visita a la tumba de don Tite: el vendedor era un clarísimo ejemplo de su betún amable.

Dos años después de nuestra breve incursión en su último terruño, me entero que huracán e iguana son voces del arahuaco antillano que hablaban los taínos. Como Caonabo o Anacaona. Y que en su mitología había una cueva, llamada Iguanaboína, la cueva-serpiente divina, que era de donde salía el sol.

Hoy se cumplen 99 años del natalicio de Catalino Curet Alonso, y por mi parte, me atrevo a pensar que su espíritu también reside allí, irradiando con su influjo desde el este de las antillas; porque a su manera, ya sea en clave de salsa o guaguancó, efectivamente, don Tite continuará iluminándonos el camino.

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