TODO ES SEGÚN EL COLOR


Disco "Metiendo Mano" (1977)



Por: César Aponte y Mariana Suarez.


América latina es muchas cosas. Entre ellas, es la tierra de las desigualdades. En el año 2019, reportes de organismos internacionales mostraban que América Latina y el Caribe seguía siendo la región más desigual del planeta en cuanto a la distribución de los ingresos; y que la brecha entre pobres y ricos se había ampliado tanto en ese año, que se perdieron todos los avances en equidad logrados en la década 2003-2013 cuando decenas de millones de personas salieron de la pobreza en América Latina.

El 10% de los latinoamericanos más ricos poseen una cantidad de dinero y bienes materiales equivalente al 71% de la riqueza de toda la región. Mientras tanto, el 70% más pobre de la población (473 millones de personas) apenas alcanzan al 10% de la riqueza de latinoamerica. En Honduras, un pobre tendría que trabajar 594 años para ganarse lo que sus paisanos ricos ganan en un mes. Las 245 personas más ricas de Bolivia tienen suficiente dinero para pagar 21 veces el presupuesto de salud del país entero. En Chile, los 515 multimillonarios amasan una fortuna 6 veces superior al presupuesto anual de educación. Los 245 más ricos de Nicaragua podrían costear la educación del país por 76 años.

Si esto no fuera suficientemente escandaloso, entre 2002 y 2015, la fortuna de los milmillonarios latinoamericanos se incrementó en 21%, seis veces más rápido que el PIB de toda la región. Solo en el Caribe hay más de 14.000 personas cuya riqueza alcanzaría para para eliminar la pobreza extrema de Brasil, Colombia, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua y Perú juntos.

Estos reportes muestran con cifras lo que Rubén ha contado en versos durante al menos medio siglo. En su obra, la desigualdad social es un tema transversal, tanto que no es posible escoger una canción emblemática del tema, pues se refleja en casi todas sus letras, explícita o implícitamente y desde múltiples aristas. Además, Blades ha abordado la desigualdad social en diferentes momentos de su carrera: el joven cantautor del submundo de los músicos inmigrantes del Hispanic Harlem de Nueva York, la estrella “latina” de Hollywood, el abogado de Harvard, el ganador de varios Grammys, el candidato a la presidencia y el exministro de turismo de su Panamá natal, todos han cantado este fenómeno que, si bien es permanente en nuestra historia, también se ha transformado a lo largo del tiempo.

Lo peor de la desigualdad social latinoamericana es que no es nueva, existe desde el pasado colonial y, por eso mismo, la toleramos como una parte inmodificable de nuestra cotidianidad . La mirada crítica presente en las canciones de Rubén nos ayuda a comprender este fenómeno, a desnaturalizarlo y, de ese modo, a hacernos conscientes de sus verdaderas dimensiones. De la misma manera que lo hicieron los reportes por medio de cifras y mediciones a lo largo de cincuenta años, Rubén nos recordó en los 90 que, cada noche, la clase alta conspira trago en mano, mientras la clase media descansa viendo telenovelas y la clase baja sigue, ahí, bien abajo, esperando el mismo cambio que esperaba Pablo Pueblo en los 70 y que nunca vio llegar Adán García.

A manera de unas crónicas de la desigualdad, las canciones de Rubén relatan diferentes episodios, ideas y personajes icónicos de la historia económica y política de América latina: la conquista y explotación colonial, la modernidad, la teoría de la dependencia, la teología de la liberación, la lucha armada, la corrupción política, la década perdida de los 80, los planes de ajuste neoliberal de los 90, las crisis financieras, entre otros.

En Plantación Adentro, por ejemplo, se habla de Camilo Manrique, esclavo muerto a manos del capataz colonial en la oscuridad de la selva. En Todo es según el color (1977), se dice que mientras unos “tienen dinero a montón, otros solo tienen dolor en la vida”; pero veinte años más tarde, mientras duerme la ciudad parece dejarnos claro que en el fin de siglo llegaría sin ver el fin de la desigualdad estructural. La poética descripción de la pobreza eterna y resignada de Pablo Pueblo, decepcionado de la política y “el cambio esperando en Dios”, refirman que toda esperanza en el sistema imperante resultaría insuficiente y hasta inútil.

Esta desesperanza tiene una contraparte en canciones como Plástico, Pueblo, Siembra, Buscando América, Muévete y otras muchas en las que hay un viso de esperanza arraigado en dos grandes proyectos utópicos: la unión latinoamericana y el poder de la gente organizada, más allá de los gobiernos y de sus propias diferencias. También algunas letras retratan cambios a escala individual, por ejemplo, Ligia Elena, una historia al estilo de Romeo y Julieta, pero con un final feliz, en el que el amor romántico rompe las barreras de la desigualdad que hace “imposible” a una relación que la rubia ricachona y su trompetista negro, se encargan de consumar en una pensión barata. Toda una invitación bailable a transformar las relaciones sociales basadas en la discriminación.

Desde finales de los años ochenta, el afianzamiento del modelo económico neoliberal agudizó las diferencias y potenció la desigualdad en la región. El desencanto estructural va a adquirir nuevas formas en sus letras y dará pie al nacimiento de otros tipos sociales: Adán García, por ejemplo, a quien la necesidad y el desespero de verse sin opciones, lo lleva a robar un banco con una pistola de juguete. Adán no es Pedro Navaja, el maleante del bajo mundo niuyorquino de los 70. Adán es, como muchos latinoamericanos que no sobrevivieron los embates de la economía neoliberal, el producto de un sistema que lo agrede, lo enajena, y lo termina llevando al extremo. Extremos inhumanos como el de los niños pobres que -incautos- juegan con un cilindro lleno de desechos tóxicos abandonado por una empresa, a quienes la prensa olvida luego de que los responsables pagan una multa simbólica. En esa época, Rubén también introduce en sus canciones personajes como aquellos que sobreviven vendiendo mercancía en los semáforos de las ciudades, o al sicario, ser marginalizado al servicio de la violencia política o criminal.

Rubén también cantó, en los 70 y 80, al migrante forzoso que volaba a Nueva York y al desplazado colombiano que cruzaba los caminos verdes hasta Venezuela escapando de la realidad económica y política de sus países; o al desaparecido que no corrió con igual suerte y fue víctima fatal de un sistema político basado en la desigualdad. Aún hoy, sus canciones insisten en que las desigualdades se han vuelto más agudas “con la maldad de los que han gobernado” , pero a pesar de ello, siguen proponiendo la construcción un sueño colectivo que ayude a disminuirlas, con una lucha “hasta ser liberados” o, lo que es mismo, siguen llamando a conservar la fe en que existe una vía que Latinoamérica es capaz de conseguir por sí misma.

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