Por: Daniel Flórez Porras.
Hace poco sostuve una animada discusión telefónica en tiempos de pandemia con un amigo melómano y coleccionista, sobre cuáles son los aspectos que permiten distinguir el declive de un género musical, o, por el contrario, cuáles son las características principales de una tendencia musical vigente y en continua evolución.
Ambos desde orillas distintas, él desde el conocimiento profundo y erudito del pospunk y yo desde la salsa y sus vertientes, cada uno defendió con ahínco su posición, que en el desarrollo del debate terminó siendo una heroica defensa de mi parte, cual gato patas arriba, en la que siempre traté de contra argumentar los cañonazos bailables que apuntaron a derribar en alta mar y bajo tormenta, el barco bucanero de la sonoridad caribe.
El primer dardo apuntó a poner en duda la vigencia de la salsa, en el entendido que después de Héctor Lavoe, Frankie Ruiz y Rubén Blades no pasó nada nuevo en cuanto a interpretación vocalista (los dos primeros) y composición (aun produciendo el último). Al respecto, contra argumenté que dicho señalamiento acude a los referentes más comunes, dentro de un estrecho y limitado margen que desconoce la inmensa variedad de compositores y cantantes que les antecedieron y que les sucedieron. Cuando mi interlocutor no reconoció el nombre citado por mí del gran Tite Curet Alonso, mi embarcación siguió a barlovento.
Luego de esta primera disertación, mi cañonero contertulio enfiló un obús que apuntó a señalar la falta de creación y surgimiento de nuevas bandas de salsa, que fueran creadoras de nuevas producciones discográficas y se proyectaran con renovadas presentaciones en vivo, más allá de repetir los añejos números musicales que ya son estándares de la música latina.
Como respuesta, frente a cada cuestionamiento, aun cuando no se trataba de responder con una extensísima lista, que seguramente nunca será suficiente para cubrir todos los conocimientos y exigencias de avezados sabuesos de nuevas orquestas, algunas cartas tuve que sacar debajo de la manga.
Por ejemplo, cuatro orquestas con composiciones propias, nuevas producciones discográficas y electrizantes presentaciones en vivo, las cuales acuden al sonido fuerte del golpe de tambor, la estridencia de los trombones, la candencia del “guajeo” del piano altisonante, todo lo anterior con el sello de la percusión rítmica de la llamada “salsa brava”.
La primera orquesta que traje al baile de la polémica, con la cual se abre este concierto de nuevos pregones rumberos, se llama Pirulo y La Tribu, proyecto musical renovador y refrescante, que desde Puerto Rico llega con viento de cambio, donde todas las posibilidades del tumbao se ponen en juego. No apta para ortodoxos, Pirulo y La Tribu propone una deliberada música de fusión vanguardista, con un sonido potente que mezcla los referentes de la “música urbana” con lo más granado de los ritmos afrocubanos. Su director Pirulo, como compositor, productor, percusionista y cantante, impone desde su misma presencia, un rebelde llamado a la alegría.
Luego de Pirulo y La Tribu, se sube al escenario la orquesta La Máxima 79 (con domicilio en Milán – Italia), dirigida por el DJ, bailarín y percusionista Fabrizio Zoro, que, desde su primera producción lanzada al mercado en 2013, se impuso en el escenario de las nuevas orquestas independientes. Con tan solo escuchar “Nunca muere el Guaguancó”, de su álbum “Joseito” (2016), se comprende que este proyecto, más allá de ser una nueva apuesta musical, es por sobre todas las cosas una declaración de principios.
En seguida nos arrolla el sabor de la orquesta Mercadonegro, creada a finales del año 2000, radicada en Suiza y dirigida por el peruano César Correa, pianista del conservatorio de Friburgo y la Escuela de Jazz de Bern. Con un estilo propio y una sonoridad muy bien lograda, Mercadonegro hace parte del proyecto New York Salsa all Stars con Giovanni Hidalgo, Jimmy Bosch, José Alberto “El Canario”, Dave Valentin y Frankie Morales.
Cierra la velada mi preferida Tromboranga (con sede en Barcelona – España), proyecto liderado desde el 2010 por el percusionista y compositor venezolano Joaquín Arteaga, quien también dirige la orquesta Bloque 53, formada desde 2006 como antecedente de la primera. Con ocho lanzamientos discográficos en su haber (el más reciente “Te voy a contar” de 2019), distinguida por la arrolladora puesta en escena de sus trombones aguerridos, esta orquesta se posiciona como una de las agrupaciones musicales más consolidadas del circuito rumbero internacional.
Las tres últimas orquestas tienen en común ser integradas por músicos provenientes de Cuba, Venezuela, Colombia, Perú, Brasil, España e Italia, y estar radicadas en suelo europeo. Pero en general, las cuatro agrupaciones reseñadas a vuelo de pájaro, sobresalen por moldear un sonido tímbrico renovado, con buen afinque y líricas vanguardistas, pero sin perder el tumbao del guaguancó y el son montuno, virtud que se revela a través de sus producciones discográficas, a partir de las cuales proponen constantemente melodías frescas y atrevidos arreglos.
Tras este cambio de tercio, por parte de mi contertulio se vino una nueva embestida que buscó destruir mi estrategia de razonamiento. Esta consistió en señalar que la llamada salsa brava entró en decadencia desde la década de los años 80 con el merengue, cuya estocada y muerte final tuvo lugar a finales de esta y durante toda la década de los 90 con la aparición de la llamada “salsa erótica”, con la cual la salsa neoyorquina y derivadas desapareció del circuito comercial de las grandes emisoras y demás plataformas de difusión, como la televisión y el cine.
Si bien esta última afirmación no tiene lugar a duda, finalizado su boom la salsa no dejó de escucharse. Al contrario, la salsa siguió produciéndose y difundiéndose por otros canales, tal vez más restringidos y especializados, pero con una audiencia permanente de público que ha pasado dicho legado de melómanos a las nuevas generaciones de bailadores.
Ahora bien, si hacemos un símil con lo que fue el boom de la literatura latinoamericana, con García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa y Carlos Fuentes a la cabeza, durante un periodo que por cierto coincide con los mismos años salseros de finales de la década del 60 hasta comienzos de los 80; El fin del boom literario, no significó el cierre de la producción literaria. Al contrario, se siguieron escribiendo y publicando excelentes novelas en Latinoamérica. Lo que decayó fue la venta masiva de libros, mientras que la expectativa de renovación y experimentación literaria se trasladó a otros continentes.
Así mismo, tras su década dorada, el fin del “boom de la salsa” se hizo evidente con el estancamiento de las producciones discográficas, acompañado de un escenario de confort que contribuyó a que algunas orquestas, ante la embestida del merengue y de la “salsa de alcoba”, recurrieran a las viejas y ya conocidas fórmulas en los arreglos musicales, con tambores aterciopelados y letras facilonas, a través de las cuales buscaron llegar a ese público amplio y esquivo que ya había sido conquistado por nuevas propuestas musicales.
Todo lo anterior en un contexto de declive comercial, la consecuente disminución de ventas, junto con un natural cambio generacional que llegó con nuevas demandas sonoras, en medio del vertiginoso reto que supuso para la industria de la música en general, la llegada de nuevos soportes y plataformas de difusión.
Pero en estas dos décadas de declive (1980 – 1999), orquestas como El Gran Combo de Puerto Rico, La Sonora Ponceña, la Orquesta de Willy Rosario y la Apollo Sound de Roberto Roena (por tan solo citar a las más emblemáticas de la isla de Borinquen), siguieron produciendo, componiendo y generando audiencias masivas que mantuvieron llenos los auditorios en cada festival y ciclo de conciertos que aún se presentan todos los meses del año, entre otras cosas porque las citadas agrupaciones musicales se mantienen rodando como los mismísimos Rolling Stones. A propósito, estos últimos llevan los mismos años dando lidia, desde 1962 hasta el día de hoy que el Gran Combo.
En medio de esta animosa conversación, otras afiladas lanzas se enfocaron a horadar mi resistencia. Estas se orientaron a herir lo más profundo del orgullo, al aseverar que finalmente la salsa es un género estancado y caduco, que se quedó en el titicó de la campana, la raspa raspa del güiro y el ta tá tá de la clave. Ante esta abominación feroz, tuve que sacar una parte importante de mi arsenal, ya no de defensa sino de un contra ataque igual de mortífero y contundente.
Brevemente, pero con firmeza expuse que, para empezar, la salsa no es un género musical. Sino que este engloba un movimiento musical socio – cultural, que agrupa a un abigarrado complejo de géneros musicales del caribe y afroantillanos, que van desde el son como el patrón rítmico de origen, y que pasan por la guaracha, el mambo, la rumba, el danzón, la guajira, el bolero, el cha cha chá, la danza, la plena, la bomba, la pachanga, la charanga, el boogaloo, y que en medio de semejante baile llega también la fusión con el rithim and blues, el soul, el jazz, el rock, y en tiempos más recientes la bossa nova y en fin, para que agregar más.
Todos estos ritmos se soportan en una compleja arquitectura sonora, la cual requiere de unos sofisticados músicos que la sepan interpretar, ejecutar muy bien sus instrumentos, elaborar complejos arreglos, componer y amalgamar sonidos desde lo más sencillo a lo más complejo, sin olvidar los orígenes de calle y del habla popular, porque, al fin y al cabo, como diría el Joe Arroyo, los que mandan son los bailadores. Esta riqueza musical es la que ha permitido el desarrollo de múltiples tendencias rítmicas, cuya máxima expresión de experimentación pasa por el latin jazz.
Por lo tanto, la palabra “salsa” alude a una continua mezcla de variadas fusiones, una mixtura de figuras melódicas, diversas formas de cantar y ejecutar los instrumentos, que, junto a unas prácticas sociales de difusión y unas formas culturales de apropiación que dan identidad a sus escuchas, enriquecen y mantienen vigente este movimiento musical.
Para finalizar, ya cuando las municiones se acabaron y solo quedaba la guerra fratricida del combate cuerpo a cuerpo, calle a calle, el último golpe de jab izquierdo con el cual quiso impactar mi amigo, fue atreverse a aseverar que, después de Fania, ya no se hace buena salsa y muy pocos escuchan esa “vieja guardia” (salvo algunos románticos trasnochados), y que las nuevas propuestas musicales que yo le expuse, son conocidas apenas por una secta fanática de terroristas dispuestos a inmolarse con dinamita en cualquier esquina, bar o lugar público donde se escuche reguetón (es decir, en absolutamente todo lado).
Tengo que decir que este último comentario con el cual cerramos la animada y divertida conversación, me estimuló una gran carcajada (al tiempo que llegué a pensar, que después de todo no era tan disparatada, especialmente por lo del fanatismo y no tanto por la tendencia suicida en contra del reguetón… bueno, un poco sí, con algunas excepciones). Ahora bien, sobre el particular es importante entender que en el fenómeno Fania, una cosa es el sello discográfico y otra el trabuco más exitoso de todos los tiempos, incluyendo otros géneros, como lo fue la Fania All Stars.
Con el primero se logró comercializar como empresa y de manera muy exitosa, una etiqueta que se denominó “Salsa”. Con la segunda, se lograron producir, no solamente los números salsosos más reconocidos a nivel mundial, sino que también se alcanzó a construir una imagen de leyenda para los músicos que la integraron, donde cada uno de estos, con el paso del tiempo, ha ido adquiriendo ribetes de titanes de la música latina. Sin embargo, y de manera enfática, le expresé a mi amigo que ni toda la salsa es de Fania, ni tampoco con el declive y bancarrota de Fania como sello discográfico, esto significó el entierro de la salsa como música.
En otras palabras, fuera de Fania se ha producido demasiada salsa, y tras su declive, lo que ha habido es salsa, “más salsa que el pescao”. La sensación de que toda la salsa estuvo bajo la égida Fania se debe, en parte, a la gran cantidad de músicos que albergó, difundió y produjo el sello Fania (paralelo a que otras muchas viejas leyendas de la música cubana no fueron reconocidas en los créditos de cientos de composiciones).
Pero también debido a que en su evolución imperial, este fue adquiriendo otros sellos discográficos más pequeños que pasaron a engrosar su catálogo, por lo que una estirpe de grandes músicos que trabajaban en otras disqueras y con otros métodos de producción, pasaron a integrar la galaxia Fania con todas sus estrellas.
Bueno, los minutos pasaban y ya era hora de terminar el amable combate melómano con mi amigo. Sobre que la salsa está viva: ¡está más viva que nunca! Podrán argumentarse otros proyectiles de ataque como los recibidos en esta discusión, pero a pesar de todas la mentiras y verdades, la música salsa continúa produciéndose, se mantiene escuchando, se sigue gozando y se perpetúa bailando.
Quisiera pensar que en los últimos segundos de vida en el planeta Tierra, antes que este se extinga por el cambio climático o por el crecimiento del sol; o minutos antes que la humanidad desaparezca por una guerra nuclear o una pandemia 10 mil veces más masiva o mortífera que la actual, en algún lugar del globo terráqueo se escuchará siempre un latin jazz, una guaracha, un guaguancó o un son montuno. Por lo menos así quisiera que me sorprenda la pelona, escuchando bien contento música afrocubana en mi barco bucanero.
Hace poco sostuve una animada discusión telefónica en tiempos de pandemia con un amigo melómano y coleccionista, sobre cuáles son los aspectos que permiten distinguir el declive de un género musical, o, por el contrario, cuáles son las características principales de una tendencia musical vigente y en continua evolución.
Ambos desde orillas distintas, él desde el conocimiento profundo y erudito del pospunk y yo desde la salsa y sus vertientes, cada uno defendió con ahínco su posición, que en el desarrollo del debate terminó siendo una heroica defensa de mi parte, cual gato patas arriba, en la que siempre traté de contra argumentar los cañonazos bailables que apuntaron a derribar en alta mar y bajo tormenta, el barco bucanero de la sonoridad caribe.
El primer dardo apuntó a poner en duda la vigencia de la salsa, en el entendido que después de Héctor Lavoe, Frankie Ruiz y Rubén Blades no pasó nada nuevo en cuanto a interpretación vocalista (los dos primeros) y composición (aun produciendo el último). Al respecto, contra argumenté que dicho señalamiento acude a los referentes más comunes, dentro de un estrecho y limitado margen que desconoce la inmensa variedad de compositores y cantantes que les antecedieron y que les sucedieron. Cuando mi interlocutor no reconoció el nombre citado por mí del gran Tite Curet Alonso, mi embarcación siguió a barlovento.
Luego de esta primera disertación, mi cañonero contertulio enfiló un obús que apuntó a señalar la falta de creación y surgimiento de nuevas bandas de salsa, que fueran creadoras de nuevas producciones discográficas y se proyectaran con renovadas presentaciones en vivo, más allá de repetir los añejos números musicales que ya son estándares de la música latina.
Como respuesta, frente a cada cuestionamiento, aun cuando no se trataba de responder con una extensísima lista, que seguramente nunca será suficiente para cubrir todos los conocimientos y exigencias de avezados sabuesos de nuevas orquestas, algunas cartas tuve que sacar debajo de la manga.
Por ejemplo, cuatro orquestas con composiciones propias, nuevas producciones discográficas y electrizantes presentaciones en vivo, las cuales acuden al sonido fuerte del golpe de tambor, la estridencia de los trombones, la candencia del “guajeo” del piano altisonante, todo lo anterior con el sello de la percusión rítmica de la llamada “salsa brava”.
La primera orquesta que traje al baile de la polémica, con la cual se abre este concierto de nuevos pregones rumberos, se llama Pirulo y La Tribu, proyecto musical renovador y refrescante, que desde Puerto Rico llega con viento de cambio, donde todas las posibilidades del tumbao se ponen en juego. No apta para ortodoxos, Pirulo y La Tribu propone una deliberada música de fusión vanguardista, con un sonido potente que mezcla los referentes de la “música urbana” con lo más granado de los ritmos afrocubanos. Su director Pirulo, como compositor, productor, percusionista y cantante, impone desde su misma presencia, un rebelde llamado a la alegría.
Luego de Pirulo y La Tribu, se sube al escenario la orquesta La Máxima 79 (con domicilio en Milán – Italia), dirigida por el DJ, bailarín y percusionista Fabrizio Zoro, que, desde su primera producción lanzada al mercado en 2013, se impuso en el escenario de las nuevas orquestas independientes. Con tan solo escuchar “Nunca muere el Guaguancó”, de su álbum “Joseito” (2016), se comprende que este proyecto, más allá de ser una nueva apuesta musical, es por sobre todas las cosas una declaración de principios.
En seguida nos arrolla el sabor de la orquesta Mercadonegro, creada a finales del año 2000, radicada en Suiza y dirigida por el peruano César Correa, pianista del conservatorio de Friburgo y la Escuela de Jazz de Bern. Con un estilo propio y una sonoridad muy bien lograda, Mercadonegro hace parte del proyecto New York Salsa all Stars con Giovanni Hidalgo, Jimmy Bosch, José Alberto “El Canario”, Dave Valentin y Frankie Morales.
Cierra la velada mi preferida Tromboranga (con sede en Barcelona – España), proyecto liderado desde el 2010 por el percusionista y compositor venezolano Joaquín Arteaga, quien también dirige la orquesta Bloque 53, formada desde 2006 como antecedente de la primera. Con ocho lanzamientos discográficos en su haber (el más reciente “Te voy a contar” de 2019), distinguida por la arrolladora puesta en escena de sus trombones aguerridos, esta orquesta se posiciona como una de las agrupaciones musicales más consolidadas del circuito rumbero internacional.
Las tres últimas orquestas tienen en común ser integradas por músicos provenientes de Cuba, Venezuela, Colombia, Perú, Brasil, España e Italia, y estar radicadas en suelo europeo. Pero en general, las cuatro agrupaciones reseñadas a vuelo de pájaro, sobresalen por moldear un sonido tímbrico renovado, con buen afinque y líricas vanguardistas, pero sin perder el tumbao del guaguancó y el son montuno, virtud que se revela a través de sus producciones discográficas, a partir de las cuales proponen constantemente melodías frescas y atrevidos arreglos.
Tras este cambio de tercio, por parte de mi contertulio se vino una nueva embestida que buscó destruir mi estrategia de razonamiento. Esta consistió en señalar que la llamada salsa brava entró en decadencia desde la década de los años 80 con el merengue, cuya estocada y muerte final tuvo lugar a finales de esta y durante toda la década de los 90 con la aparición de la llamada “salsa erótica”, con la cual la salsa neoyorquina y derivadas desapareció del circuito comercial de las grandes emisoras y demás plataformas de difusión, como la televisión y el cine.
Si bien esta última afirmación no tiene lugar a duda, finalizado su boom la salsa no dejó de escucharse. Al contrario, la salsa siguió produciéndose y difundiéndose por otros canales, tal vez más restringidos y especializados, pero con una audiencia permanente de público que ha pasado dicho legado de melómanos a las nuevas generaciones de bailadores.
Ahora bien, si hacemos un símil con lo que fue el boom de la literatura latinoamericana, con García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa y Carlos Fuentes a la cabeza, durante un periodo que por cierto coincide con los mismos años salseros de finales de la década del 60 hasta comienzos de los 80; El fin del boom literario, no significó el cierre de la producción literaria. Al contrario, se siguieron escribiendo y publicando excelentes novelas en Latinoamérica. Lo que decayó fue la venta masiva de libros, mientras que la expectativa de renovación y experimentación literaria se trasladó a otros continentes.
Así mismo, tras su década dorada, el fin del “boom de la salsa” se hizo evidente con el estancamiento de las producciones discográficas, acompañado de un escenario de confort que contribuyó a que algunas orquestas, ante la embestida del merengue y de la “salsa de alcoba”, recurrieran a las viejas y ya conocidas fórmulas en los arreglos musicales, con tambores aterciopelados y letras facilonas, a través de las cuales buscaron llegar a ese público amplio y esquivo que ya había sido conquistado por nuevas propuestas musicales.
Todo lo anterior en un contexto de declive comercial, la consecuente disminución de ventas, junto con un natural cambio generacional que llegó con nuevas demandas sonoras, en medio del vertiginoso reto que supuso para la industria de la música en general, la llegada de nuevos soportes y plataformas de difusión.
Pero en estas dos décadas de declive (1980 – 1999), orquestas como El Gran Combo de Puerto Rico, La Sonora Ponceña, la Orquesta de Willy Rosario y la Apollo Sound de Roberto Roena (por tan solo citar a las más emblemáticas de la isla de Borinquen), siguieron produciendo, componiendo y generando audiencias masivas que mantuvieron llenos los auditorios en cada festival y ciclo de conciertos que aún se presentan todos los meses del año, entre otras cosas porque las citadas agrupaciones musicales se mantienen rodando como los mismísimos Rolling Stones. A propósito, estos últimos llevan los mismos años dando lidia, desde 1962 hasta el día de hoy que el Gran Combo.
En medio de esta animosa conversación, otras afiladas lanzas se enfocaron a horadar mi resistencia. Estas se orientaron a herir lo más profundo del orgullo, al aseverar que finalmente la salsa es un género estancado y caduco, que se quedó en el titicó de la campana, la raspa raspa del güiro y el ta tá tá de la clave. Ante esta abominación feroz, tuve que sacar una parte importante de mi arsenal, ya no de defensa sino de un contra ataque igual de mortífero y contundente.
Brevemente, pero con firmeza expuse que, para empezar, la salsa no es un género musical. Sino que este engloba un movimiento musical socio – cultural, que agrupa a un abigarrado complejo de géneros musicales del caribe y afroantillanos, que van desde el son como el patrón rítmico de origen, y que pasan por la guaracha, el mambo, la rumba, el danzón, la guajira, el bolero, el cha cha chá, la danza, la plena, la bomba, la pachanga, la charanga, el boogaloo, y que en medio de semejante baile llega también la fusión con el rithim and blues, el soul, el jazz, el rock, y en tiempos más recientes la bossa nova y en fin, para que agregar más.
Todos estos ritmos se soportan en una compleja arquitectura sonora, la cual requiere de unos sofisticados músicos que la sepan interpretar, ejecutar muy bien sus instrumentos, elaborar complejos arreglos, componer y amalgamar sonidos desde lo más sencillo a lo más complejo, sin olvidar los orígenes de calle y del habla popular, porque, al fin y al cabo, como diría el Joe Arroyo, los que mandan son los bailadores. Esta riqueza musical es la que ha permitido el desarrollo de múltiples tendencias rítmicas, cuya máxima expresión de experimentación pasa por el latin jazz.
Por lo tanto, la palabra “salsa” alude a una continua mezcla de variadas fusiones, una mixtura de figuras melódicas, diversas formas de cantar y ejecutar los instrumentos, que, junto a unas prácticas sociales de difusión y unas formas culturales de apropiación que dan identidad a sus escuchas, enriquecen y mantienen vigente este movimiento musical.
Para finalizar, ya cuando las municiones se acabaron y solo quedaba la guerra fratricida del combate cuerpo a cuerpo, calle a calle, el último golpe de jab izquierdo con el cual quiso impactar mi amigo, fue atreverse a aseverar que, después de Fania, ya no se hace buena salsa y muy pocos escuchan esa “vieja guardia” (salvo algunos románticos trasnochados), y que las nuevas propuestas musicales que yo le expuse, son conocidas apenas por una secta fanática de terroristas dispuestos a inmolarse con dinamita en cualquier esquina, bar o lugar público donde se escuche reguetón (es decir, en absolutamente todo lado).
Tengo que decir que este último comentario con el cual cerramos la animada y divertida conversación, me estimuló una gran carcajada (al tiempo que llegué a pensar, que después de todo no era tan disparatada, especialmente por lo del fanatismo y no tanto por la tendencia suicida en contra del reguetón… bueno, un poco sí, con algunas excepciones). Ahora bien, sobre el particular es importante entender que en el fenómeno Fania, una cosa es el sello discográfico y otra el trabuco más exitoso de todos los tiempos, incluyendo otros géneros, como lo fue la Fania All Stars.
Con el primero se logró comercializar como empresa y de manera muy exitosa, una etiqueta que se denominó “Salsa”. Con la segunda, se lograron producir, no solamente los números salsosos más reconocidos a nivel mundial, sino que también se alcanzó a construir una imagen de leyenda para los músicos que la integraron, donde cada uno de estos, con el paso del tiempo, ha ido adquiriendo ribetes de titanes de la música latina. Sin embargo, y de manera enfática, le expresé a mi amigo que ni toda la salsa es de Fania, ni tampoco con el declive y bancarrota de Fania como sello discográfico, esto significó el entierro de la salsa como música.
En otras palabras, fuera de Fania se ha producido demasiada salsa, y tras su declive, lo que ha habido es salsa, “más salsa que el pescao”. La sensación de que toda la salsa estuvo bajo la égida Fania se debe, en parte, a la gran cantidad de músicos que albergó, difundió y produjo el sello Fania (paralelo a que otras muchas viejas leyendas de la música cubana no fueron reconocidas en los créditos de cientos de composiciones).
Pero también debido a que en su evolución imperial, este fue adquiriendo otros sellos discográficos más pequeños que pasaron a engrosar su catálogo, por lo que una estirpe de grandes músicos que trabajaban en otras disqueras y con otros métodos de producción, pasaron a integrar la galaxia Fania con todas sus estrellas.
Bueno, los minutos pasaban y ya era hora de terminar el amable combate melómano con mi amigo. Sobre que la salsa está viva: ¡está más viva que nunca! Podrán argumentarse otros proyectiles de ataque como los recibidos en esta discusión, pero a pesar de todas la mentiras y verdades, la música salsa continúa produciéndose, se mantiene escuchando, se sigue gozando y se perpetúa bailando.
Quisiera pensar que en los últimos segundos de vida en el planeta Tierra, antes que este se extinga por el cambio climático o por el crecimiento del sol; o minutos antes que la humanidad desaparezca por una guerra nuclear o una pandemia 10 mil veces más masiva o mortífera que la actual, en algún lugar del globo terráqueo se escuchará siempre un latin jazz, una guaracha, un guaguancó o un son montuno. Por lo menos así quisiera que me sorprenda la pelona, escuchando bien contento música afrocubana en mi barco bucanero.
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