Afuera y Contento - Roberto Roena |
Por: Daniel Flórez Porras
“La Cárcel es la orgía del encierro como espacio administrador de la muerte.” P.72. En “Cocinando Suave. Ensayos de Salsa en Puerto Rico”,
César Colón Montijo (compilador).
Fundación Editorial el Perro y la Rana, 2015.
Dentro del catálogo simbólico de la carrera musical en la salsa a través de sus protagonistas, la penitencia de la prisión por parte de varios de sus cantantes icónicos se ha convertido en la representación del sonero como el guapo, el maloso y el “bravo”. De esta forma, el paso por la cárcel como ritual configura el espacio escenográfico perfecto que, con el paso del tiempo, termina ensalzando a los músicos, a los cuales sus seguidores desde su savia popular identifican la prisión para el artista, como el paso obligado que estos deben cumplir, para ser reconocidos como los santos paganos que integran el martirologio de la devoción perpetua.
Lo anterior resulta ser un aspecto que, aunque no es exclusivo del género, sin embargo, por la gran cantidad de exponentes sobresalientes de la música afrocaribeña, que han tenido que pasar por esta dura prueba de la vida a través de diversas circunstancias, este aspecto pareciera ser parte de un guion montado con antelación, un destino señalado por los dioses, el cual marca con fuego la biografía de estos héroes populares.
En otras palabras, el paso por la cárcel es uno más de los elementos que se suman a su figura mítica, dentro de un conocido guion que inicia desde el origen humilde del artista, su abnegado transitar desde la infancia por varios oficios con los cuales busca sobrevivir y ayudar a su familia, las primera pruebas, audiciones y ensayos en el mundo de la música, la primera oportunidad en una gran orquesta, la pegada firme de un tema y la fama, los desmanes y desafueros, luego la caída en prisión, para posteriormente alcanzar la redención de la libertad, regresar a los escenarios como el ave fénix, y en muchos casos al final de sus días, dar el último canto del cisne debido a sus cuerpos maltrechos y gargantas desgarradas tras tantos excesos.
Dentro de este guion no todos sobreviven, algunos sucumben y otros logran pasar la dura prueba. Tal y como se escucha en el bolero interpretado por Daniel Santos con la Sonora Matancera: “En el juego de la vida / nada te vale la suerte / porque al fin de la partida / gana el albur de la muerte/ - /Cuatro puertas hay abiertas / Al que no tiene dinero / El hospital y la cárcel / La iglesia y el cementerio”. Dentro de esta estela de grandes músicos, en esta oportunidad citaremos el caso de algunos de ellos como ejemplo de caídas y redenciones, tras su paso fugaz o estadías prolongadas en el sistema penitenciario, con especial énfasis en destacados cantantes originarios de la Isla del Encanto, “Puertorro”, quienes como grandes soneros cumplieron un papel descollante dentro del género.
En este contexto uno de los primeros casos que sobresale es el de Chamaco Ramírez. Su nombre de pila fue Ramón Luis Ramírez Toro, nacido en Santurce Puerto Rico el 10 de septiembre de 1941. Desde que inició su carrera musical a los 16 años con la orquesta “La Primerísima” del maestro Tommy Olivencia, se distinguió como uno de los soneros “bravos” dentro del escenario salsero, gracias a su versatilidad interpretativa, dicción particular dentro del montuno y gran improvisador al momento de los soneos.
En sus dos etapas con Tommy Olivencia y su orquesta (1957 – 1971 / 1974 - 1976), dejó un amplio repertorio de canciones emblemáticas, como “Trucutú” y “Planté Bandera”, apenas por mencionar algunas, y otras más estampadas en ocho álbumes. Pero también integró otros proyectos musicales como la Alegre All Stars, la Salsa All Stars, y con el timbalero Francisco Bastar “Kako” y su orquesta; a lo que se sumó un trabajo en solitario al final de su carrera como fue “Chamaco Ramírez – Alive And Kicking”, que contó con los arreglos del legendario pianista cubano Javier Vásquez y la recordada portada ilustrada por Ron Levine, donde se ve un dibujo de Chamaco saliendo de un ataúd, en una clara alusión a las varias ocasiones en que se le dio por fallecido, dentro del medio artístico, debido a sus frecuentes desapariciones.
Y es que lastimosamente su corta carrera artística se vio malograda debido a su vida disoluta, su alma pendenciera y su adicción a las drogas que le ocasionaron problemas legales, y que varias veces lo condujeron a pisar las frías lozas de la prisión. Al final de su vida, tras la legendaria grabación de “Planté Bandera” con la Orquesta de Tommy Olivencia y su citado trabajo en solitario de 1979, alejado de los escenarios e incomunicado de sus colegas músicos, en la madrugada del 27 de marzo de 1983 su cuerpo fue encontrado en el Bronx de Nueva York, herido por dos disparos con arma de fuego que lo indujeron a la muerte mientras era trasladado al hospital. Tenía 41 años.
Otro destacado ejemplo que deslumbra por su brillo luminoso dentro de la estela de grandes cantantes cuyas vidas estuvieron marcadas, además del gran talento y la fama, por el continuo escándalo y la “visita” obligada en prisión, es el de Daniel Santos. Conocido en Colombia como “El Jefe” y bautizado por los cubanos como “El Inquieto Anacobero”, la vida de este afamado cantante boricua es por antonomasia la encarnación de la bohemia, el amor trágico y el paso nocturno contrariado hacia la vigilia de la pena, todo un personaje “shakesperiano” del Caribe.
Nacido el 5 de febrero de 1916 en Puerto Rico y fallecido el 27 de noviembre de 1992 en la Florida, Estados Unidos, su cuerpo aguantó todos los coletazos del mar enfurecido de los excesos, la noche y la farra perpetua. Gracias a una modulación particular de su gran voz aprendida de su maestro el gran compositor boricua Pedro Flores, hizo con la Sonora Matancera su escuela y principal repertorio, el cual trasvasó diversos ritmos dentro del pentagrama del alma latina.
Si bien muchas de sus andanzas están plagadas de rumores e invenciones exageradas propias de la época, que en la mayoría de ocasiones en lugar de ensombrecerlo le daban más brío a su leyenda, basta leer la biografía novelada de Josean Ramos para darse una idea aproximada de la cantidad de instituciones penitenciaras que El Inquieto Anacobero “visitó” en varios de los países de nuestro continente, la mayoría de las veces como puerto final donde encallaron muchas de sus juergas y desafueros etílicos tras el cierre de sus emblemáticas presentaciones.
Y ahora viene el “Sonero Mayor”, el Brujo de Borinquen, el propio Maelo de la Calle Calma, el gran Ismael Rivera. Su hoy mítica figura de la canción afrocaribeña se vio en su momento opacada por su obligada “visita” a la prisión, la cual tuvo lugar entre 1962 y 1966, en el preciso momento en que su carrera se encontraba en la cumbre gracias al exitoso binomio logrado junto con su compadre Rafael Cortijo y su Combo.
Procedente de una gira llevada a cabo por Venezuela y Panamá, Maelo fue detenido en el aeropuerto de Puerto Rico en 1962 por posesión de droga. Gran parte de su condena la cumplió en una institución penitenciaria federal en Lexington, en Kentucky Estados Unidos. Este episodio lastimó profundamente la imagen de embajadores de la cultura boricua que tenía el combo de Cortijo con Ismael Rivera, y provocó la salida de varios de sus integrantes, quienes bajo la conducción de Rafael Ithier formaron toldo aparte y fundaron meses después la orquesta que más adelante se conoció como El Gran Combo de Puerto Rico.
Este episodio de la vida de Ismael Rivera hace parte de su sello indeleble como mártir de la canción. Es sabido que durante su vida llevó a cabo varios intentos por superar su adicción a las drogas, hasta que conoció al cristo negro de portobello en Panamá al cual visitó en varias ocasiones como peregrino devoto, con el fin de cumplir la promesa a su ruego para que lo liberara de la cadena cruel de la adicción.
Con el paso del tiempo, además de su encumbrada leyenda como líder de los soneros de la salsa, su figura se emparenta con el nazareno, que tras su trasegar por el mundo de los mortales llevó a cuestas el peso de la vida y pasó duras dificultades, como la muerte de su compadre Rafael Cortijo quien según el mismo Maelo, con su desaparición física se llevó la clave, en alusión a la pérdida de su alegría y su voz, la misma que lo llevó a la inmortalidad con su canto, convirtiéndose en un santo pagano digno de culto por parte de sus devotos seguidores.
Otro caso digno de análisis es el de Marvin Santiago. Gran sonero boricua nacido en Santurce, Puerto Rico, el 26 de diciembre de 1947, pasó por las grandes orquestas de Rafael Cortijo y Bobby Valentín. Con este último tuvo la oportunidad de grabar siete álbumes, entre ellos los famosos “Va a la cárcel” vol.1 y 2’, (1975) y “Afuera” (1976), trabajos clásicos realizados en el contexto carcelario como homenaje a las personas que transitan por este duro episodio en sus vidas.
Lo paradójico es que, a la vuelta de la esquina, años después el mismo Marvin Santiago, conocido ya como el “Sonero del Pueblo”, sufrió esta misma penalidad en 1980 cuando fue declarado culpable por tráfico de drogas y condenado a diez años de prisión, siendo recluido en la cárcel regional de Bayamón. Por buena conducta salió anticipadamente en 1986, pero durante su reclusión se convirtió en uno de los pocos cantantes que estando bajo condena recluido en prisión, bajo permisos artísticos que le permitían salir, realizó varias producciones musicales, que se sumaron a su rico repertorio como solista. Entre estas la más recordada fue la titulada “Adentro” de 1982.
Su fama y gran afinidad con el sentir popular se mantuvo durante sus años posteriores al periodo cumplido en la cárcel, de la cual salió con su adicción a las drogas superada y una devota fe en dios. Se distinguió entre otros soneros de la salsa, por su particular despliegue en el escenario, sus reconocidas frases de pueblo que le servían de plegarias rumberas, y la interpretación de composiciones alegres y humorísticas, características que no siempre se encuentran en un solo artista, con la gracia y la espontaneidad que le distinguieron. Falleció por varios problemas de salud el 6 de octubre de 2004 en su natal Puerto Rico.
Por último, encontramos a Frankie Ruíz, el “Papá de la salsa”. Este gran artista, quien no necesita mayor presentación, en esta oportunidad se resalta por ser el eslabón perdido entre la denominada “salsa dura” y la “salsa romántica”. Desde sus inicios con la Orquesta La Solución de Roberto Rivera y su posterior escuela o “pasantía salsera” en la Primerísima de Tommy Olivencia, conocida también como “La Escuelita”, comenzó a escribir una página estelar en la historia del género cuando salió a la palestra en 1985 como solista, con su trabajo titulado “solista, pero no solo”, con el cual construyó una carrera musical sobre la cual aún se escriben múltiples reseñas y comentarios.
Para el tema que nos ocupa, al igual que los anteriores artistas citados, Frankie también cumplió el guion del ídolo popular a quien la fama obnubila y las tentaciones apura. Su adicción a las drogas en pleno pináculo de su fama lo llevaron a incurrir en excesos, pero fue un episodio en pleno vuelo comercial en los Estados Unidos, cuando fue señalado de agredir a un auxiliar de vuelo, la acusación que lo enfrentó a un juicio para ser condenado a cuatro años de prisión, en Tallahesse (Florida). Este tiempo lo alternó con permisos para hacer grabaciones fuera de prisión, trabajo comunitario y un proceso de desintoxicación. Sobresale que estando en prisión, junto con los reclusos creó un grupo de salsa llamado “Salsipuedes”.
Finalmente, el paso por la cárcel de estos y otros muchos ídolos populares de la canción del Caribe, se ha convertido en parte de las “cualidades” de la figura que se construye de mártir con el paso del tiempo. El ídolo, el cantante, encarna con su vida y materializa a través de su cuerpo, muchas de las imágenes e historias que describen sus canciones. En otras palabras, el ídolo de la canción hace lo que no puede hacer quien lo sigue y lo escucha. Es la encarnación de lo prohibido, donde sus desafueros y excesos son cobijados por sus seguidores por eso mismo.
Por otra parte, las cárceles han sido sitios de inspiración para decenas de composiciones (Qué tal “Las Tumbas”, de Bobby Capó), así como lugares de afamados performance y conciertos grabados, desde el “Recorded live at sing sing” de Eddie Palmieri, “The Big Break - La Gran Fuga” de Willie Colón y Héctor Lavoe, pasando por los trabajos de Bobby Valentín y de Roberto Roena. La cárcel atrae y repele, confronta las penurias y aviva las esperanzas, y la música de expresión salsera no ha sido ajena para llevar el redoble del tambor y la clave a sus patios y pasillos.
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