DISCUSIONES ALREDEDOR DE LA SALSA COMO GÉNERO MUSICAL (PARTE II)


 
Por: Daniel Flórez Porras.

Como todo gran enfrentamiento pugilístico entre dos glorias del deporte de las narices chatas, un empate técnico merece una revancha y esta vez no fue la excepción. Sin embargo, en esta oportunidad, al amable combate melómano con mi amigo audiófilo (conocido en el bajo mundo como “El Tigre”), entró a terciar un tercero como ingeniero de sonido, lo que terminó siendo una enconada lucha libre de enmascarados gladiadores del sonido bestial.

En realidad, se trató de unos comentarios ilustrados que enriquecieron el debate, respecto a considerar la vigencia o no de la salsa como género musical. El primer intercambio de golpes partió de una inquietud, sobre el porqué gran parte de la vanguardia salsómona del momento tiene su sede principal en Europa.

Si bien es cierto que en los países del caribe se sigue interpretando y produciendo música salsera; esta dinámica se ha visto revitalizada gracias a un rebrote de orquestas que inició desde el año 2000; es decir, con el inicio de un siglo XXI que ha significado una reactivación increíble de nuevas orquestas. Para César Pagano, el futuro de la Salsa está en esta tripleta geográfica: Colombia, Venezuela y Perú (donde el Callao para Perú, es lo que Cali para nosotros).

Ahora bien, esta reactivación musical ha encontrado eco igualmente en el viejo continente, gracias a una nueva generación de músicos formados en conservatorio, gran parte de ellos inmigrantes latinos que se van a probar suerte en Europa, junto con otros músicos que se forman en las mejores academias musicales europeas, casi todos estos en orquestación sinfónica y jazz. Una vez allí, encuentran sinergias entre ellos, que sumadas al interés de un público europeo que recibe con beneplácito estas propuestas (las cuales se consideran como algo exótico y para muchos de ellos como algo nuevo), pueden llevar a cabo una vida como músicos profesionales, que aquí en América Latina seguramente no tendrían con la misma estabilidad.

A lo anterior se suma la existencia de estudios de grabación y sellos discográficos independientes, que asumen el riesgo y se lanzan a estas aventuras musicales, las cuales son difundidas a través de las redes sociales, las nuevas plataformas en streaming, el voz a voz tradicional, al igual que en los festivales de jazz, los cuales en su mayoría de versiones mantienen una línea de música caribe y latina.

Allá se clasifica esta propuesta sonora dentro de la etiqueta de “música del mundo”, e increíblemente, estas orquestas terminan teniendo más audiencia en Europa, África e incluso Australia, que por estos lados de Sudamérica y el Caribe infestados de reguetón y balada pop. Cuando finalmente, gracias a la iniciativa de empresarios arriesgados, estas orquestas integradas por músicos latinos, pero de factura europea llegan acá, ya vienen con un nombre posicionado desde el otro lado del Atlántico.

Posteriormente, tras esta introducción de contexto vino un lance de jab izquierdo con giro de gancho derecho incluido. Nuestro ingeniero de sonido (vamos a llamarlo Fausty, en homenaje al gran ingeniero de sonido de Fania Records) entró de lleno diciendo que no comparte la aseveración, respecto a que se entienda la Salsa como un movimiento musical socio – cultural, que agrupa a un abigarrado complejo de géneros musicales del caribe. En otras palabras, Fausty pone en duda que podamos meter bajo el sayo de la Salsa a “un abigarrado complejo de géneros musicales del caribe”.

Ante esta aseveración como salsómano, solo me queda tomar aire, respirar profundo y pensar: “¿Por dónde empiezo?”. Bueno, esta es otra de las grandes polémicas. Ni Tito Rodríguez, ni Machito, ni Celia Cruz ni mucho menos Tito Puente, le dieron crédito a la salsa como género. ¡Incluso este último, decía que la única salsa era el Ketchup, la salsa roja que se le echa al arroz! Ellos siempre denostaron de esta etiqueta, siendo que fueron los protagonistas de la edad dorada del mambo en Nueva York de los años 50, y que seguramente sin sus grandes aportes la salsa como la conocemos, no hubiera sido la misma ni su boom hubiera tenido el mismo alcance de los años 70.

Al contrario, estos estandartes de la música caribe, solían afirmar en cualquier espacio que se les presentara la oportunidad, que ellos tocaban, interpretaban y ejecutaban sones, mambos, guarachas, rumbones, pachangas, pero que la salsa no existía. Incluso he leído, por parte de músicos y musicólogos, que difícilmente se encuentra una partitura que diga en su cabezote: “en ritmo de salsa”.

De ahí la comprensión de la salsa como una poliritmia que aglutina un complejo de géneros musicales del caribe, la cual está sustentada en el mejor libro que conozca del tema: “Salsa en Discusión. Música Popular e Historia Cultural”, del profesor Alejandro Ulloa, de la Universidad del Valle. Por eso sobre la salsa se habla mejor desde la sociología, como un movimiento socio – cultural que, más allá de la misma música como un género en sí mismo.

Ahora bien, mi posición personal es que lo interpretado, ejecutado, compuesto, arreglado, producido y difundido en Nueva York entre 1971 y 1982, hay que llamarlo así: Salsa, con mayúscula. En este punto del ring nos encontramos de acuerdo con nuestro amigo Fausty, cuando afirmó que: “La Salsa es la Salsa, no un Mambo modernizado”.

Esto aplica para la salsa neoyorquina de 1971 a 1982. Para entender este fenómeno, una de las claves principales fue el Boogaloo. Este género o tendencia musical fue el enlace, entre la era dorada del mambo (Tito Rodríguez, Machito, Tito Puente), con las Big Band de los años 50 en Nueva York, frente a lo que se produjo a finales de los años 60. De hecho, gran parte de lo que comenzaron a realizar Ray Barretto, los hermanos Palmieri, Lavoe y Colón, y muchos otros más, fue una respuesta a ese boogaloo que ya no les gustaba, pero sirvió para atraer a un público más internacional.

Porque además de los ritmos afroantillanos, cubanos y puertorriqueños, estos se fusionaron también con el blues, el jazz, el rhythm and blues y en algunas ocasiones hasta con la música disco, lo que produjo algo particular sin desconocer el origen cubano de la clave y el patrón rítmico del son. Lo anterior da pie para reconocer, que la salsa como etiqueta agrupa muchos ritmos, que, sin embargo, no siempre son lo suficientemente difundidos y reconocidos cuando estos se presentan por sí solos.

Al respecto, fue tan grande y arrolladora la industria propagandística de Fania Records, que, para el gran público, esos ritmos cubanos y puertorriqueños en su esencia son desconocidos, a pesar de que estos hacen parte de la columna vertebral sonora de lo que escuchan y bailan. También hay que decir, que se necesita entrenar, y mucho, el oído, para distinguir en una sola canción, la entrada en acción de estos ritmos.

Con Eddie Palmieri y Willie Colón, por citar apenas un par de ejemplos entre cientos, se aprende mucho. Ellos sin miedo, cada uno a su manera y estilo, arrancan con un son, un montuno, a la moña si quieren le meten una plena o una bomba, de giro por qué no un jazz o bossa nova, y de complemento una guajira para cerrar con el son y el montuno, así sin más, en menos de cuatro o cinco minutos, y sin embargo para un incauto todos esto no fue más que Salsa.

A vuelta de tuerca una vez más arreció Fausty, no sin antes reconocer que en estos terrenos se sentía como un plomero opinando sobre cirugía vascular. Sin embargo, en un contexto más amplio, él considera injusto señalar a cualquier género musical de decadencia con connotación despectiva. Para nuestro ingeniero de sonido, absolutamente todos los tipos de música, a partir de aquella producida por algún antepasado remoto que golpeaba rítmicamente con un palo el suelo, han entrado en decadencia. ¿Por ello hay que hacerlos a un lado y señalarlos con dedo acusador?

En este sentido, Fausty considera cuestionable acusar a un género musical de estancamiento creativo y de falta de evolución: “Un determinado estilo musical posee ciertas características armónicas, melódicas, instrumentales y rítmicas que lo definen. Si esos parámetros generales se alteran más allá de ciertos límites -no muy elásticos, por cierto-, entonces habremos entrado en los terrenos de un estilo diferente”. Totalmente de acuerdo. ¡A mí me gusta la evolución, la experimentación, pero cuando la arquitectura básica se rompe, hablamos ya de otro género o tendencia musical, sí señor!

Ya en este punto no parecíamos luchadores en contienda, sino viejos boxeadores retirados que jugando dominó, se dedican a recordar sus gloriosos combates, promocionados en los descoloridos afiches que terminan convertidos en la escenografía de los gimnasios del hambre y la esperanza. Máxime cuando en uno de los entretiempos, entre round y round, una vez más Fausty, con los ojos vidriosos y mirando en lontananza vociferó: “Creo que en la música, como en cualquier otra forma de arte, lo que cuenta es la catarsis de quien la compone y la experiencia estética y el valor del mensaje que recibe quien la aprecia”.

¡Exacto! Para que un género esté vigente… ¿tiene que estar de moda? No necesariamente. Para mí: que se siga interpretando, ejecutando, componiendo, arreglando, escribiendo, produciendo, escuchando y, para el caso de la Salsa, que es lo más importante, que se siga bailando, eso es todo. ¿Se requiere un número de reproducciones en plataformas Online, venta de discos, número de conciertos, para establecer su vigencia? ¿Quién puede establecer esos parámetros?

De ahí que la siguiente afirmación de Fausty sea concluyente, siendo esta arremetida un intercambio de golpes que no solamente se dirigieron en contra de quien escribe, sino que apuntan directamente al maxilar de cualquier desprevenido que ose pasar por este tinglado: “Es natural que quienes no son particularmente afines a un tipo de música la consideren caduca, decadente y sin representantes dignos tan pronto como deja de publicarse masivamente”.

Sobre el particular y a modo de conclusión, en definitiva: ¿Qué es vigencia en la música? ¿Qué es un género musical? Hay que mirar también las prácticas sociales que hay alrededor de cada género, los rituales de consumo, y para eso están “las iglesias rumberas”, que son los bares. El coleccionismo, el baile, la reproducción, los hábitos, los festivales, las orquestas, las nuevas producciones, nuevas orquestas insisto, todo eso lo tiene la Salsa. Y con otros géneros ocurre algo similar.

Finalmente sonó la campana anunciando del décimo y último round. No hay perdedores. Sólo melómanos ganadores. Que la Salsa sea un género musical o no, que la Salsa haya perdido vigencia o no, eso definitivamente es lo de menos. Nada de esto será un impedimento para reunirse con amigos, en familia o en solitario, para desde la sala de la casa activar el equipo de sonido y escuchar un buen guaguancó.

Nada podrá impedir, ni siquiera una pandemia, para que vuelvan abrir los bares, que se vuelvan a dar los conciertos y festivales, para que la campana del sabor, el tumbao del baile y la clave del son, vuelvan a recrear una y mil noches más la gloriosa alegría expansiva que provee el repertorio rítmico de los géneros de la música caribe y afroantillana.

Las luces se apagan, y los que fueron luchadores salen del tinglado en busca de un alivio que les haga olvidar las penas. ¡Sólo la música, y nada más!

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