RICHIE RAY, 75 AÑOS DE PIANO, SALSA Y SABROSURA



Disco "On The Scene Con Ricardo Ray" (1965)


Por: Carlos Arturo García Rodríguez

Celebramos los 75 años de vida de un artista cuya historia se ha escrito con teclas de oro sobre su piano y la música latina. Ricardo Maldonado Morales, nacido en Brooklyn (Nueva York), vio la luz del mundo un 15 de febrero de 1945. La II Guerra Mundial agonizaba y como nunca durante el siglo XX, migrantes latinos llegaban a la gran manzana buscando el tan anhelado “sueño americano”.

Richie Ray, como lo conocemos, lo bailamos y lo cantamos, es hijo de Pacífico Maldonado, jíbaro de Puerto Rico y bohemio que raspó guitarra y el cuatro puertorriqueño, y empíricamente alcanzó alguna figuración en el ambiente de parranda en Borinquen, la isla del encanto. Junto a Pacífico, Cristina, quien le dio la vida a Richie, sería una madre dedicada a sus dos hijos músicos -Ray, trompetista y un año menor que Richie- y a su arduo trabajo en una fábrica de confecciones en Brooklyn.

Cuando Richie cumplió 7 años, su padre le regaló un auténtico piano Steinway. Hasta entonces solo conocía el contrabajo y por algunas clases particulares, había conocido un poco de teoría sobre cómo tocarlo, pero nada más. Richie recordaría años después en una entrevista con Herencia Latina “mi padre se llamaba Pacífico de nombre, porque cuando me ponía a ensayar, lo hacía con un cinturón de cuero, después de la escuela, 4 o 5 horas sentado al teclado”.

Para 1955 ya Bobby Cruz, su voz inseparable, ya lo había visto, pero no se conocían. Cristina, la madre de Richie, trabajaba en la misma fábrica en que lo hacía la mamá de Bobby. El resultado es que, en la escuela, donde juntos asistieron -como predestinados- hubo una presentación y Richie tocó al piano una pieza clásica, hubo cruces de información entre las madres y ya se presentaron ambos jovencitos formalmente. Richie tenía 10 años y Bobby 17.

Para 1957 Bobby ya tenía un conjunto “The Mambo Aces” en el que Richie tocaba el contrabajo -con trabajo porque no alcanzaba el instrumento- y actuaban de teloneros en los clubes neoyorquinos en los que Machito, Pacheco y Tito Rodríguez fueron los reyes.

Unos años después, en 1963, Richie y Bobby seguían labrándose un espacio dentro de la marquesina de los grandes clubes de la Nueva York que ya escuchaba a los Beatles desde el otro lado del atlántico, bailaba en sus barriadas populares los mismos sones cubanos y palpitaba con los compases al ritmo de la música afrocubana orquestada por Tito Rodríguez y “timbaleada” en cada sesión por el irrepetible Tito Puente.

Después de casi dos años de estar tocando y tocando, llegó el primer éxito “Comején”. Richie contó a Ley Martin una noche en Barranquilla que “con ese primer disco Fonseca hizo sus buenos dólares y nosotros empezamos a descubrir nuestro propio estilo, no fue fácil en una ciudad donde cada día nacía una orquesta, pero así mismo acababa”.

Capítulo aparte y que merece ser contado, es la resistencia de Bobby para cantar. Como la mayoría de composiciones las hacía el hijo de Hormigueros, Bobby conocía esa tesitura para interpretar, pero ni quería y no tenía escuela. Fonseca le trajo de maestro vocal a Chivirico Dávila, a razón de $100 dólares por semana para que le enseñara. En álbumes como A GO GO, On The Scene y A Gozá Ricardo Ray, se pueden identificar en una misma canción las estridencias de Bobby y la técnica de Dávila.

Bobby cantaría su primer disco de pe a pa completamente solo, sin ayuda, en 1967, en el álbum Jala Jala y Boogaloo Volume I. Con 20 años y 13 de experiencia con las blancas y las negras, Ricardo comenzó a ganarse su espacio dentro del ambiente de la música latina. Así fue reconocido en verdaderos “mano a mano” por los hermanos Palmieri, Larry Harlow y tiempo después por Papo Lucca, nombres estos que han dado lustro a grandes composiciones y mejores orquestas.

La vida personal y musical, gigante, de Ricardo “Richie” Ray es una novela que, de escribirse, sería tan o más larga que Cien Años de Soledad, tan mágica y única como si García Márquez la hubiese tecleado y con una carga de profundidad que hoy es motivo de estudio en varias escuelas alrededor del mundo, empezando por Puerto Rico, donde respetan y consideran al hombre-artista como la conjunción máxima entre talento y espíritu, testimonio de servicio y entrega por más de 55 años.

Desde este sencillo, pero emotivo rincón colombiano, recordamos y celebramos la vida y obra musical de un hombre que nos enseñó a través de su arte musical, a aguzar nuestro oído, a soñar de forma bestial con nuestros ritmos latinos y a mantener un constante jala jala con la vida, esa que es más bonita cuando suena la música del inolvidable “goldfinger” Richie Ray. ¡Salud y pesetas amado Ricardo!

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