Disco "El Mulato" |
Por: Ardes G.
Me encontraba sentado pensando qué escribirles esta vez, cuando en
el mix que sonaba en youtube arrancó ‘Tiempo pa’matar’, melodía que
siempre me trae desde el baúl de los recuerdos, historias de esas cuando
vivía el barrio, de cuando nos parchábamos en el muro de la esquina o
en el rancho de alguno a charlar, escuchar música, tomar algo suave o
esperando a que todos llegaran pa’irnos de rumba pa’lgún lado.
Me
encontraba entre los catorce y los quince años cuando comencé lo que se
podría denominar como ‘mi rebeldía’ (aunque este pecho fue más bien
juicioso), la calle era el nuevo mundo que se me antojaba conocer y la
rumba, esa jugosa y tentadora dama que se me presentaba con aroma de
son, bolero y salsa, desde mi niñez, se contoneaba ahora frente a mis
ojos cada ocho días, a mi alcance, ahí, a ‘pepicuarta’. Atrás habían
quedado las fiestas de niños, las pequeñas rumbas en la casa de alguno
de mis amigos o compañeros de colegio por su cumpleaños; ya era un
adolescente con ganas de salir, rumbear y enamorarse al ritmo de una
buena melodía.
Fue justo en esa época que empecé a volarme a los
agüélulos, aquellas rumbas que distaban en buena parte de las
actividades que en principio le dieron origen al término, lugares donde
mi padre, tíos y tías se pegaron sus primeras bailadas, pero que sin
duda habían sido la base de estas rumbas a las que comenzaba a ir:
reuniones en una casa, donde se limpiaba una sala, o algún salón
comunal, donde se ponían par columnas conectadas a un equipo de sonido
modular con consola, se cobraba entre una y cinco lukas la entrada y se
ponía melodía de la buena, guateque y una tandita de ‘tecno’, ‘trance’ y
lo que asumo era champeta; eso sí, había que entrar su propio trago,
porque allá no siempre vendían.
La rumba en esos lugares era
sabrosa, se bailaba toda la noche, siempre había con quién, ya fuera del
parche o no, y eso sí, pa’sacar a bailar no bastaba la pinta, se tenía
que mostrar que se hacía bien (aplicaba pa’mujeres y hombres); creo que
de esa rumba viene mi costumbre de no sentarme en toda la noche cuando
salgo a bailar, pues tampoco había sillas ni nada similar. Recuerdo que
por entonces andaba sonando fuerte la salsa romántica, pero no solo la
de alcoba, venía otra con más golpe, con un tinte particular, más
movido.
En esa época visioné más allá de Niche, el Gran Combo,
Lebrón, la Fania y sus artistas, conocí a la Mulenze, Pedro Conga,
Willie Rosario, La Ponceña, El combo del ayer y los cantantes que habían
sido éxito con todos ellos en su momento y ahora iban por su lado con
lo suyo, solo por nombrar algunos. Y era que desde la noche de viernes
se entraba en previa, ya fuera en casa de alguno de los parceros o en el
parche del muro, donde nos reuníamos con alguna grabadora o un radio,
escuchando las emisoras que entonces eran de buena salsa, lo viejo y lo
nuevo. En esos ratos se aprovechaba pa’practicar algún paso nuevo y
pulirse, fue en aquella época que aprendí a mover los pies a esa
velocidad tan típica de nosotros los caleños; también, servían pa’poner
al pelo al parcero que apenas estaba aprendiendo.
Entonces
llegaba el sábado. Con el pasar de esos años, mi rutina ya era
predecible en casa: a eso de las seis de la tarde comenzaba el proceso,
se dejaba lo que se estuviera haciendo, si era visita, también, todos
pa’la casa, a buscar comida, arreglar la pinta, obviamente todo a ritmo
de música. En mi caso, me casé con un tema que aún hoy día suelo poner
cuando me dispongo a irme de rumba, ‘El mulato’: “Vo’a ponerme mi traje
de seda, mis zapatos ya voy a brillar, vo’a coger mi sombrero de paja y
pa’l pueblo me voy a vacilar…”. Y es que fuera la rumba que fuera,
siempre había que ir pinchao, elegante y en mi caso, siempre de camisa y
perfumao. Finalmente, se salía a las ocho, a parchar o de visita y
sobre las diez era hora de al parche llegar.
Por ese entonces
recuerdo que sonaban mucho las rumbas de ‘Ñiño’, un personaje que se
especializó en montar rumbas de éstas y sí que era bueno en ello; aunque
no lo ocultaré, eran calentura y no solo por tener una melodía de lujo
que lo ponía a uno a bailar sin descanso, también porque por esa misma
razón, solía ser un lugar donde llegábamos todos: el gomelo, el parcero,
el calmado, el bandido relajado y el bandido calentao. Al menos un par
de veces nos tocó salir a media rumba, pero bueno, en ese entonces
pensábamos que por la bailada el susto se aguantaba.
Esas, junto
a las rumbas de ‘Campo’, siempre fueron las fijas, las que sí o si iban
a estar disponibles por más desparchado que se anduviera, la rumba de
barrio popular, la misma que a su manera bailaron mis mayores, esa donde
nos bañábamos con salsa y que nos dejaba euforia suficiente pa’que de
regreso a casa, le pusiéramos armonía a las calles de los barrios
mientras caminábamos tarareando el tema de moda a ritmo de clave,
dejando de a uno en uno en cada casa, hasta que finalmente llegaba a la
mía, donde muchas veces encontraba a mi hermano y tío, que también
llegaban de lo suyo.
Pero no crean que la rumba cerraba
necesariamente el domingo a la madrugada, no mi gente, los domingos, si
se podía, se empataba con otras de otro tono e igual de sabrosas, pero
esas se las cuento en la próxima.
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