¿DE DÓNDE VIENE LA SALSA DE ESTE BAILADOR?

 

Foto cortesía de GrimaldiDance

Por: Andrés G.

 

Siempre he pensado que una historia debe tener un contexto, una época, lugar y pensamiento que acune su nacimiento y por eso quiero en esta primera publicación, contarles un poco del contexto que reviste las historias que les traeré en este espacio, vainas que salen de la experiencia propia, de las charlas de la calle y de la rumba, por supuesto. Algo de ficción y realidad.

 

Les cuento que lo mío es la música, varios géneros, no solo la salsa, pero si algo está claro pa’ mí y quienes me conocen, es que no importa lo que escuche hoy o mañana, siempre lo elemental, lo fundamental, lo vital, esa esencia que revitaliza mi espíritu, será la salsa, con ella me alivio y respiro, me curo, como diría Ismael.

 

Nacido en un hogar vallecaucano promedio, soy la segunda generación de caleños en ambas familias, siendo pues, así como este ritmo que nos reúne, producto de una mixtura de razas y sabores de esta patria. Desde siempre en mi casa no faltó la música, por eso resulté teniendo buen oído y no solo para los géneros que danzan alrededor de la cultura de la salsa. Sin embargo, la noción de melómano como tal, no creo que sea la que me define, o a los integrantes de mi familia. No le damos tanta relevancia a esa precisión rigurosa que caracteriza a un melómano o coleccionista, aunque obviamente, sabemos lo que hay que saber y nos arruga la cara ver como confunden un Héctor con un Marc, o un Boscan con un Ruiz y así. Por ende, no, lo de la familia fue el baile, la rumba, salir al rumbiadero, el “aguelulos”, el balneario o cualquier lugar donde se pudiera bailar y llegar amanecido, habiendo expulsado todo lo que no sirviera, con los pies cansados, pero eso sí, en la más plácida relajación, después de haber azotado baldosa con la mejor melodía.

 

De niño, crecí entre salsa, son, baladas, boleros, rumba, guaracha, porros y cumbias; en las fiestas familiares, bailando con las tías y las amigas de la familia, se fue agarrando oído y ritmo. Más adelante, cuando llegó la adolescencia, otro fue el sentir, la salsa romántica predominaba, pero las raíces del guateque seguían ahí. Del parche era el que bailaba, y varias veces el gancho pa’ entrar a los parches de nenas en las “minitekas” o las fiestas de casa. Aprendí a desarrollar el arte de bailar y echar el cuento al tiempo, sin cruzar los cables, ni pisar a la pareja, aprender los tiempos, las pausas, los silencios y los momentos exactos donde se debe, sin presión, hacer que la pareja se deje pasear al ritmo e intención del momento, un cobao, un amacice, un contoneo sabroseado.

 

Fue en esta época que conocí la calle, las rumbas que le siguieron al aguelulos, la fiesta de barrio, la calentura, la dinámica de la rumba, donde todos caían: los sanos, los pausados, los aletas y los bandidos; todos a purgar con rumba y a hacer levante. También fue la época donde conocí las “viejotecas”. E igualmente y hasta bien entrada la universidad, por supuesto, la rumba “crossover”. Sin embargo, ya en la Universidad entró una rumba más pausada, otra forma de sentir la salsa, de vivirla, espacios más sanos, donde sin dejar de sudar, se contempló a fondo el ritmo y sus raíces. Y como tristemente es real, la vida agitada de nuestra ciudad y sus dinámicas, me llevaron a alejarme de las buenas y grandes discotecas, por temor físico. Pero se hallaron otros lugares, espacios sanos que, si bien no eran la rumba que conocía, del aleteo bailando, eran sumamente agradables, un Zaperoco, un Tintindeo, Taberna latina y así, espacios donde la salsa es cultura, donde la rumba es cultura, donde bailar es sagrado, mis templos.

 

Dicho esto, puedo decirles que ciertamente no soy melómano, considero, entre lo que conocí, que el soye del melómano esta en sentarse principalmente a oír, detallar la cadencia de la música, identificar las voces y conocer las historias detrás de cada tema, cantante y agrupación, todo aquello que, aunque disfruto leer y oír, realmente no es mi pasión. Pero el bailador, el rumbero, que para mí es aquel cuyo objetivo es sentir la música posesionándose de su cuerpo, es sudar, es sentir cansancio, pero ser incapaz de parar de bailar, es no sentarse en toda la noche, porque la música suena, porque el tambor lo llama; ese, bueno, ese yo soy, un rumbero, un bailador, tal vez no el mejor, pero sí de los buenos, de los que son.

 

Es así mi gente que, desde esta realidad, pretendo traerles historias de uno de los géneros más relevantes para esta ciudad que vive entre el río y la cordillera, un género con el que uno se cura la vida, con el que se pasan tusas, se enamora, se divierten y algunos hasta nos conectamos con nuestra espiritualidad. Espero se la gocen tanto leyendo como yo escribiéndoles, hasta la próxima.

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