EL PREMIO NOBEL DE LA SALSA

Disco "Tamgos" (2014)

 

Por: César Aponte

Sócrates.-Todas las obras de todas las artes son poesía, y todos los artistas y todos los obreros son poetas […]Y sin embargo, ves que no se llama a todos poetas, sino que se les da otros nombres, y una sola especie de poesía tomada aparte, la música y el arte de versificar, han recibido el nombre de todo el género.

Platón, El Banquete (1)

En el año 2016 el cantautor estadounidense Bob Dylan fue distinguido con el premio Nobel de literatura. La noticia causó sorpresa e incluso malestar entre quienes aún en la actualidad se niegan a aceptar que la literatura y la música nacieron como una misma cosa, al menos en el mundo occidental. Bob Dylan no asistió a la ceremonia a retirar el galardón.

Tal y como se muestra en el epígrafe, el interés humano por definir los límites de la poesía y al poeta mismo, existe desde el momento mismo en que las personas se supieron capaces de crear; estableciendo que, para alcanzar el nombre de poeta, era necesario tener la formación y el talento para escribir los versos, y para componer e interpretar la música que los acompañaban.

Los griegos antiguos también distinguieron la poesía épica —que documentaba “las hazañas de los hombres”—, de la poesía lírica —dedicada a transmitir experiencias personales y subjetivas. Cada uno de estos géneros era acompañado con un instrumento diferente: la épica era compuesta y cantada por un aedo —poeta ilustrado de elevada condición social— que tocaba el phórmix o cítara; mientras que la lírica era creada y difundida por un compositor que tocaba una lyra. En esa época resultaba imposible pensar en la narración de los hechos reales o ficticios sin echar mano de la versificación y la música. Esta tendencia se mantuvo incluso en la Edad Media, cuando aparecieron grandes poemas épicos como La canción del Roldán (siglo XI), El cantar del mío Cid (siglo XI) o El cantar de los Nibelungos (siglo XIII).

A partir del siglo XIII, literatura y música se fueron separando progresivamente, siguiendo la tendencia que transformó al mundo occidental y que profundizó la especialización del conocimiento y la segmentación de las áreas de trabajo. Nacieron entonces las historias de amor cortés con autores y héroes individuales y algunos textos puramente literarios como Los cuentos de Carterbury de Geoffrey Chaucer (1468) o Cárcel de amor de Diego de San Pedro (1492). Esta separación entre la literatura y la música se consolidó con el nacimiento de la imprenta en el siglo XVI; entonces, el relato de la realidad pasó a ser materia de diarios y panfletos, mientras que la música y la poesía se convertían en las plataformas para expresar emociones y pasiones.

Ahora bien, aunque se podrían enumerar muchísimas obras literarias ajenas a la música y viceversa, es claro que estas dos formas de expresión nunca han dejado de estar emparentadas. Tan solo en el siglo XX se podría mencionar varias de esas manifestaciones, tan familiares como la canción de autor, los musicales, los video clips y un largo etcétera que dan cuenta de la estrecha relación que siempre ha existido entre música y narración. Por ello, el reconocimiento a Dylan con el Nóbel de Literatura no fue más que el reconocimiento institucional del carácter literario de las letras de las canciones. Dylan, al igual que muchos otros cantautores trabaja el discurso desde sus dimensiones ética, estética y política, con lo cual, es también un artista de la palabra.

Para cualquier caribeño resulta imposible pensar en este perfil de cantautor sin asociarlo de inmediato con el nombre de Rubén Blades, quien —a la vieja usanza de los aedos que cantaban poesía épica— convierten la Póeisis —o el hacer colectivo— en Epiké —o palabra—. Las letras de todas las canciones que él ha compuesto y/o interpretado constituyen una obra literaria que bien merece un premio Nobel, pues en conjunto describen un universo entero, compuesto de pesonajes reales o imaginarios, creados o recreados en espacios casi arquetípicos; de situaciones, territorios, emociones, credos y códigos; todos ellos emblemáticos y representativos del Caribe.

Alguien ajeno a nuestras tierras latinoamericanas, bien podría aproximarse a nuestra cultura por medio de las letras de Rubén Blades, tanto como podría hacerlo de la mano de la obra de Gabriel García Márquez, pues las canciones de Rubén son una suerte de crónicas del Caribe cantadas por un aedo salsero. En estas canciones, se retrata el barrio, al guapo del barrio, a la más bella del barrio, al cantante, a las putas, al pachanguero amanecido, al malandro, al que es ladrón por necesidad y al que roba por oficio; al migrante, al desplazado, al desaparecido, al policía torturador, a las dictaduras, al político, al guerrillero, al cimarrón, al héroe, al pueblo, a los santos, a la bruja, a la selva, al contrabandista, al conductor borracho, al don juan, el embarazo adolescente, el apagón, a la pobreza, a la desigualdad, al sicario, al poderoso, a la unión latinoamericana y a la patria.

Aunque algunos personajes sean reales y otros imaginarios, dentro de su universo, todos existen. En otras palabras, Rubén presenta en sus canciones todas esas cosas fantásticas que hemos naturalizado en América latina pero que, en cualquier otra parte del mundo, provocarían asombro y darían pie a varios titulares de prensa.

Adicionalmente, la obra de Blades está constituida, en buena parte, por álbumes conceptuales y, aunque no se pueda decir que haya sido el primer salsero en desarrollar esta tendencia —pues ya Harlow había destado con Hommy, una versión salsera de la ópera rock Tommy y que editó en 1972—, sí se puede afirmar que es el único salsero que llega a incorporarla como una constante en su discografía. Y no se trata únicamente de su también ópera salsera, Maestra Vida, sino de discos como Metiendo Mano, Siembra, Buscando a América, Agua de Luna, Mundo, Cantares del Subdesarrollo, entre muchos otros, que reafirman el carácter literario de la obra de Rubén Blades.

Con estos relatos mensuales nos proponemos explorar junto a los lectores, la escritura de Rubén, los personajes que pueblan su universo y reflexionar sobre las historias que protagonizan.

Queremos compartir con ustedes nuestra exploración del discurso literario construido por Blades, y con cada entrega, contarles de ese universo que se teje entre discos y canciones, y que no es más que un reflejo de las gestas y las hazañas de todos los que con su sudor, construyen el día a día de la patria grande latinoamericana, la que Bolívar soñó.


Fuente: 1. Platón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, Madrid, 1871.
Artículo de autoría de César Aponte y Mariana Libertad Suárez.

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